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2017, año de claroscuros para la cultura nacional

Por Stephen Bruque (invitado)*

En tiempo de análisis y revisiones sobre el año que se fue, me he planteado, desde una mirada de público y de gestor cultural, un listado de algunos hechos que dieron forma a un año complicado, pero al mismo tiempo enriquecedor. Un 2017 con una dinámica cultural intensa, en algunos casos estimulante, y en otros todo lo contrario. Una dinámica cultural que no está detallada en este artículo, pues el reto ha sido identificar ciertos aspectos de esos 12 meses (que seguramente dejaron una huella más amplia de lo que aquí pueda parecer), en un ejercicio de síntesis y balance sobre varios temas. Una mirada al panorama cultural, que más allá de lo bueno y lo malo, es una forma de plantearse reflexiones y retos para este 2018.

El documental ecuatoriano se impuso

Un año más el cine ecuatoriano de ficción no brilló. Las escasas películas que fueron estrenadas pasaron desapercibidas en medio de la vorágine del cine hollywoodense, por el poco interés que despiertan sus historias y tratamientos temáticos. Caso contrario ocurrió con el cine documental, el cual dio muestra de su gran estado en el 2017. ‘Mi tía Toty’, ‘Si yo muero primero’ y ‘Tayos’, documentales estrenados en los circuitos comerciales, dan cuenta de un cine de calidad que conecta con un público diverso. Si bien la memoria social y la nostalgia pueden ser elementos clave, se tratan de historias bien contadas, con una gran capacidad de conectar desde lo emocional. Otros documentales también fueron presentadas en espacios diversos de difusión como el documental ‘7 Muros’, representante del Ecuador en la 5ta edición del programa DOCTV, y ganador del premio Ernesto Albán Mosquera entregado por el Municipio de Quito. Los documentales ‘Llanganati’ y ‘Tierra de mujeres’, forman parte de esos estrenos que se pudieron ver en festivales y algunas funciones en determinadas salas, pero que todavía son desconocidos para gran parte de los ecuatorianos. Obras que durante el 2018 deberán seguir buscando caminos de distribución y exhibición.

Adiós a dos espacios de la bohemia quiteña

En el memorial cultural del 2017 constan dos “caídos en combate” que dejan un vacío en la oferta cultural de las noches quiteñas. El Pobre Diablo, con un recorrido de 28 años como escenario musical, centro expositivo y espacio de encuentro, cerró sus puertas en noviembre de 2017 para sorpresa de muchos. Si bien sus dueños dicen que esto era una muerte anunciada, casi nadie pensó que a este sobreviviente de los 90s le llegaría la hora apenas unos años después de la exposición conmemorativa, las publicaciones y los festejos por su 25 aniversario.  Con menos años a su haber, pero con un interesante recorrido, el Bocabierta cerró en diciembre sin mayores explicaciones. Este sitio fue sobre todo un escenario alternativo para músicos de distintos géneros.  Los dos lugares dejan huérfanos a consumidores culturales (pues no se trata de simples clientes) y artistas que encontraron allí su morada. Ahora serán otros espacios los que deben asumir el reto de llenar las expectativas de la bohemia quiteña y sobrevivir como emprendimientos culturales.

El status quo de la institucionalidad cultural nacional

El 2017 trajo varios cambios que parecían repercutir en un giro de las políticas públicas en el ámbito cultural. Una ley de cultura aprobada a finales de 2016 daba paso a la reestructuración de instituciones como el CNCINE (ahora ICCA) y una articulación real con la CCE como parte del sistema de cultura. A la larga, lo planteado en el papel se ha concretado con mucha dificultad, y a veces a medias, pues los cambios de cargos, de funciones, de nombres y logos siguen sin reflejar una transformación real que implique una institucionalidad que sabe cuál es su rumbo, fuera de los límites politiqueros. Como principales consecuencias, una perdida (la del Museo Nacional que no ha sido reabierto hasta ahora), una imposición (la del Festival de Artes Vivas de Loja y su deslumbrante presupuesto) y un sinsentido (lo ejecutado en el 2017 para el Plan Nacional del Libro y la Lectura).

Nuevos lanzamientos en el panorama musical nacional

Que los músicos ecuatorianos logren lanzar nuevos discos (en el formato que fuere) sigue siendo una noticia de la que hay que alegrarse, más aún considerando las adversas condiciones para su financiamiento desde lo público y lo privado. La alegría es doble cuando estos lanzamientos son las nuevas propuestas de músicos con un amplio recorrido, cuyas canciones son ya referentes de la música contemporánea nacional, y cuyos seguidores van creciendo conforme el paso del tiempo. Ese es el caso de Yarina, agrupación con más de 30 años de existencia, quienes lanzaron en agosto su disco ‘Yawar Wawki’, una propuesta musical que tomó tiempo en llevarse a cabo y que recopila ritmos tradicionales como el Fandaguy y Yumbo. De igual manera, Guardarraya regresó en 2017 con su ‘Me fui a volver’, un disco de 13 temas que llegó después de ocho años del lanzamiento de su anterior álbum. Guardarraya, al igual que Grecia Albán (quien lanzó su disco ‘Mamahuaco’ en noviembre), recurrieron al crowdfunding como vía para concretar su proyecto musical desde el micro financiamiento. El resultado ha sido exitoso y da cuenta del apoyo de la gente (fanáticos y aquellos que no lo son tanto) hacia los artistas ecuatorianos.

Los retos y desventuras de algunos festivales

En el 2017 varios festivales tuvieron que considerar estrategias para sostenerse en un contexto económico desfavorable. En algunos casos, como el de los Encuentros del Otro Cine (EDOC), el 2017 implicó la posibilidad de recuperar el financiamiento estatal para concretar una décimo sexta edición del festival de cine documental, con una programación amplia y variada, superando los inconvenientes de 2016 por la falta de recursos. Sin embargo, para otros festivales, las limitaciones e inconvenientes con el financiamiento público, implicaron un repensar en las estrategias de sostenibilidad desde el autofinanciamiento. Este es el caso del Quitofest, que en su 15ta edición, asumió el reto de pasar de ser un evento gratuito a uno pagado. Esto implicó el apoyo de algunos pero también la disconformidad de otros. El resultado fue un evento con menos público de lo usual y varias reflexiones sobre los aciertos y errores en la organización. Por último, el caso de la cancelación del Carpazo, por la baja venta de boletas para su quinta edición, también demostró cómo estas iniciativas son más vulnerables en la medida en la que su oferta no conecte con un público claramente identificado, dispuesto a convertirse en un consumidor cultural.

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* Comunicador y Gestor Cultural. Especialista en museos y patrimonio histórico. Ha coordinado proyectos para la circulación y difusión de contenidos cinematográficos en espacios alternativos de exhibición a nivel local y nacional.
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