Claudia Segovia y el reto de impulsar el trabajo de mujeres científicas en Ecuador

Paola López y Luis Quimis / Fotos Ricardo Guanín
Cuando Claudia Segovia conoció de la mano de una maestra de colegio las diversas ramas de la Biología exclamó por primera vez ¡eureka! Había descubierto una pasión que la llevó años después a convertirse en una experta en genética y evolución de plantas.
Ese día olvidó su plan de ser pediatra y le anunció a su padre su deseo de ser bióloga. Lo que no pudo prever entonces es que su trabajo no estaría solamente en selvas, páramos y laboratorios, sino que la llevaría a gestionar en el país la Red Ecuatoriana de Mujeres Científicas, para impulsar el trabajo de investigadoras y honrar a la maestra que alimentó su interés por las Ciencias Naturales.
“Las científicas que ahora ves somos el resultado de mujeres que pusieron la semillita. Tuvimos profesoras como la doctora Laura Arcos que fue la decana de Ciencias (Exactas y Naturales de la Universidad Católica) y la doctora Eugenia del Pino, que es probablemente la una de las mentes más brillantes del siglo XXI que ha tenido el Ecuador”, destaca Arteaga, quien ahora trabaja como investigadora de la Universidad de las Fuerzas Armadas ESPE.
Para Segovia, una investigadora de 45 años, es importante que niñas y jóvenes que se están formando en las universidades tengan a otras mujeres como referentes.
“Vi a mis profesoras que eran científicas fuertes … mujeres fuertes, súper decididas”, dice Segovia y agrega que uno de los retos de la red es mantener ese legado y continuar alimentándolo en todas las áreas de las investigadoras que integran el grupo y que incluye ciencias naturales, exactas, sociales e ingenierías.
La red nació con siete integrantes y creció hasta agrupar a unas 80 mujeres científicas de 12 universidades nacionales y al menos una decena de internacionales. Su meta es, además de posicionar el trabajo científico de las investigadoras, reunir fondos y destinarlos a becas para que más mujeres científicas lleven sus trabajos a congresos o los publiquen en revistas especializadas.
Otro objetivo de la red es acercar la ciencia a estudiantes. La idea es que los alumnos “no solo vean científicos, sino científicas para que tengan modelos”.
La “doctorita”
Segovia es docente del Departamento de Ciencias de la Vida de la ESPE, un área en la que la mayoría de estudiantes son mujeres y la mayor tasa de grados de doctorado lo tienen las profesoras. Esa es una razón para que motiva a la investigadora para seguir con el trabajo de la red, porque cuando ella cursaba su Phd en la Universidad de Florida, en Estados Unidos, encontró una realidad que le cayó como un balde de agua fría: había pocas mujeres haciendo ciencia en Ecuador.
En el 2001, según un boletín de Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, había apenas 64 mujeres con títulos en Física. Para 2010 la cifra creció a 1.125.
De acuerdo con los últimos datos, que corresponden a 2014, en Ecuador hay 4.688 mujeres dedicadas a la investigación científica frente a las 3.065 que había en 2012.
Aunque las cifras crecen, las dificultades se mantienen y a veces parecen solo un asunto de lenguaje, pero que desnuda la manera cómo se trata a las profesionales.
“En la universidad yo tengo un PhD igual que mi colega, pero cuando me presentan yo puedo tener certificaciones mejores que mi compañero, pero él es el doctor, yo soy la doctorita. Él es el doctor yo soy la mija, la reinita y eso estando entre profesionales”, relata Segovia.
Los retos aumentan cuando una mujer investigadora decide ser madre. Mientras cursaba su doctorado en la Universidad de Florida Segovia se encontró con otras mujeres en su misma situación: eran madres y debían preparar sus exámanes y trabajar en sus laboratorios.
Entonces idearon una manera de ayudarse entre sí y crearon el “PhD moms”, un grupo de apoyo en el que se turnaban para estudiar y cuidar a los hijos de las compañeras. La iniciativa tuvo buenos resultados.
“La tasa de graduación empezó a mejorar entre las personas que estaban en el grupo. (…) Había un nivel de deserción súper alto en estudiantes de PhD, en mujeres con hijos, y de pronto empezamos a ver q esto ayudaba”, comenta.
Crear un grupo similar en Ecuador no ha tenido eco. Sin embargo, explica Segovia, tampoco hay facilidades como áreas de lactancia o guarderías dentro de las universidades. Además, indica, no se toma en cuenta que cuando una mujer está en su etapa de lactancia o con un permiso de maternidad su producción científica baja, pero las exigencias para cumplir requisitos de acreditación son las mismas cada año.
La idea, dice, es que una mujer no deba escoger entre ser científica o ser madre, sino buscar mecanismos para que pueda cumplir ambos planes.
Bosques de cuento de hadas
Claudia Segovia tiene un romance desde hace 10 años con los páramos de Ecuador. Este amor no incluye a un príncipe azul, pero sí a unos bosques de cuentos de hadas que están sobre los 3.500 metros de altura.
Segovia ha dedicado la última década de su vida a estudiar los bosques de polylepis o árbol de papel. Su trabajo ha consistido en analizar genéticamente las especies para conocer su origen y facilitar así trabajos de reforestación.
“Tenemos bosques de papel en El Inga o camino a Papallacta en los Ilinizas. Son la misma especie pero genéticamente son diferentes. Si quiero reforestar la zona de los Illinizas tengo que utilizar los de ahí porque ya se han ido adaptando a través de miles de años a esa zona”, explica.
Su cariño por estos “bosques encantados”, como ella los llama, tiene que ver también con la importancia que tienen para la conservación de la vida. Estos lugares son el refugio de osos, conejos, lobos de páramo o ciervos que van a dormir ahí porque encuentran en su interior una temperatura dos o tres grados más caliente que fuera de ellos.
“La función que (los árboles de polylepis) cumplen para los páramos es súper importante. Son captadores de agua. Si los bosques desaparecen poco a poco vamos a perder el agua de los páramos y las ciudades de la serranía dependen del agua de los páramos. Hay muchísimas especies que viven en esos árboles, tenemos aves que todo su ciclo de vida lo hacen en esos bosques, tenemos orquídeas, tenemos cantidad de helechos, líquenes que solo viven dentro”, señala Segovia.