¿Cómo sobrevivir un EDOC con seis entradas? – Parte I

Por Gabriel Galarza*/ Fotografía cortesía de EDOC
Para quien ama el cine, tener delante 138 títulos de 45 países diferentes y solo seis entradas puede ser angustiante. Durante las casi dos semanas que dura el Festival, Quito, Guayaquil y Cotacachi se convirtieron en anfitriones del cine documental latinoamericano y mundial. En Quito, los barrios La Floresta y la Mariscal fueron los protagonistas, como hace 16 años, cuando se realizó su primera edición, pero este año se incluyeron otros como El Ejido (Casa de la Cultura Ecuatoriana), La Loma Grande (Cumandá) y La Pradera (Flacso Cine), en los que se realizan proyecciones desde hace algunos años. Andar por esos barrios en estos días tenía algo especial, porque la actividad que se genera alrededor de esta fiesta del audiovisual llena de vida a espacios que suelen mantenerse apagados, sobre todo en época de lluvias intermitentes y soles intensos. Con la complicidad de La Caja Negra, quisimos contar la historia del Festival desde adentro y sondear las miradas de los espectadores, mientras sobrevivíamos a la falta de tiempo y a la forzosa situación de elegir unas pocas funciones en medio de un océano de posibilidades.
Por suerte, había funciones gratis. La primera y más esperada fue la inauguración del Festival, que este año proyectó el documental “Muchos hijos, un mono y un castillo”, parodia de la vida contemporánea realizada durante doce años por el director español Gustavo Salmerón y ganadora de un Goya este año, con la que gozó un Teatro Nacional repleto y expectante. Después de sobrevivir a una fila ya clásica que casi rodea hasta el ágora a la Casa de la Cultura, las personas escucharon atentamente todas las ineludibles formalidades de cualquier festival, en la que destacó Alfredo Mora Manzano, su director por segundo año: “Este es un festival hecho por gente que ama el cine para gente que ama el cine”, dijo. Presentó luego a los dieciséis largometrajes ecuatorianos que participaron este año, que fueron aplaudidos uno por uno, aunque ninguno mejor que “Huahua”, de Joshi Anguaya, que generó gran expectativa. La decimoséptima edición del Festival estuvo dedicada a los tres periodistas secuestrados y asesinados en abril en la frontera norte del Ecuador, Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra.
Afuera, al finalizar todo, la gente se dispersa rápidamente. Es necesario abordar a las personas enseguida, pues de lo contrario desaparecen o se ocupan, que es casi lo mismo. Alexandra Trujillo es psicóloga, artista escénica y profesora de yoga, y lamenta que este año no se haya ofrecido cerveza. Ella ha venido a muchas inauguraciones y le parece que esta vez hubo menos gente, aunque está muy bien organizado y puede que sea por el clima. Es la primera persona a la que pregunto y destaca la capacidad de Salmerón para darle frescura a temas delicados, económicos, “frescura a una mujer que tuvo todo y de pronto ya no tiene todo”. A Sebastián Armas, comunicador y profesor de Literatura, le sorprende la gente que hace documentales “porque no es algo empírico, pero da esa impresión… hacen que se sienta natural, pero no lo es”. Llega después Juan Felipe Paredes, asistente editorial de RECODO, para quien este año hay una curaduría excelente, con películas como “Rostros y Lugares”, de Agnès Varda y la que acaba de presentarse: “Creo que la gente está muy entusiasmada, y eso me hace a mí también feliz”. Más allá se detiene todavía Pablo Ramírez, abogado de 35 años, para quien “la sensación del documental es súper buena, un poco triste a veces pero aborda una problemática más o menos común en las familias”. Por último, Paulina Riofrío, felizmente jubilada, me dice que “el documental estuvo perfecto, súper distraído, me he reído como nunca”. Por mi parte, he salvado mi primera entrada y empiezo a encontrar algunas respuestas, aunque en realidad, tengo aún más preguntas que al principio.
En Quito se usan abrigos pesados, casi siempre oscuros, o chompas deportivas. Uno que otro usa cuero y los más confiados, sacos livianos. Son las 15:00 del jueves 10 en el cine Ocho y Medio y acaba de caer un aguacero. Hay frescura en el ambiente y a pesar del silencio la gente está despierta y animada. Hace rato que suena la campana, con coros de cafetera y copas… es la última llamada para “Día 32”, el documental pre-apocalíptico de André Valentim Almeida. La cafetería Río Íntag queda casi vacía por al menos un minuto, pero empiezan a llegar cada vez más personas para comprar o canjear sus entradas. A pesar de las recomendaciones, todavía tengo algo de recelo para gastar mi primera entrada. Quiero ver una de las películas de “Woman Make Movies”, en Flacso Cine, para visitar el lugar y pensando en Debra Zimmerman, su directora actual, que vendría el sábado para un conversatorio en Incine.
No soy el único que tiene dudas, elegir no es algo sencillo. Casi no quiero empezar a revisar todas las opciones disponibles, pero algo común en todos los EDOC es encontrarse con personas que ya las han revisado, y llegan en el momento preciso para decirte “tienes que ver Rostros y lugares”, o “Años Luz suena bien”, o “Hacer mucho con poco es importante”. Así y leyendo el folleto poco a poco, uno va sacrificando con cuidado sus entradas, esperando haber elegido bien, la más puntuada, la que le cambie la vida…
A las 16:00 estoy en Flacso Cine, no renuncio a mi primera intención y el clima empieza a mejorar. De hecho, los rayos de un sol radiante iluminan y calientan rápidamente la cafetería del lugar, en la que solo hay dos parejas sentadas. En el centro de la mesa hay una bufanda y uno de los bellos periódicos de EDOC. Es una pareja de estudiantes que espera el inicio de “Niña Sombra”, de María Teresa Larraín, una historia personal sobre la ceguera que tampoco veré hoy. Pienso que las miradas al encuentro no son solamente las del público, sino las de quienes trabajan en él o actúan como voluntarios. En el stand de entrada está Gabriel Velasco, estudiante de Comunicación de la Universidad Central con apenas diez y ocho años. Él participa en los EDOC porque le parece “una oportunidad para introducirse más en el cine, conocer cómo funciona, y no tanto el cine comercial que ya lo vemos en Supercines o ese tipo de salas”. Está listo para recibir a Marisa Cueva, estudiante de cine en el IAVQ y a Julián Ramírez, “bachiller desempleado”, quienes vienen al cine “por obvias razones”. Ambos se alejan hacia la sala porque la película va a empezar. Además de ellos, solo otra pareja y una persona que llega a último momento entrarán a la función.
Es el primer día de Festival, y debe ser por eso, a pesar del sol. Cuando regreso la vista, sin embargo, ya no está. Una nube entre gris y negra empieza a cubrir la ciudad desde el sur, a donde debo llegar en bicicleta. Diez minutos más tarde está lloviendo, la neblina es espesa y no se ve nada. Hace un frío infernal y pedaleo rápidamente para ir a la Casa de la Cultura, a la que llego empapado.
Me he decidido por la película “Hacer mucho con poco”, uno de los dos estrenos que trajo a Ecuador el Festival en la sección Cómo nos ven, Cómo nos vemos, que nació con la primera edición y que continúa siendo una de las mejores ventanas para mostrar los trabajos de los nuevos documentalistas ecuatorianos. Este, sin embargo, lo dirigieron la chilena Katerina Kliwadenko y el español Mario Novas, que participaron durante el 2017 en festivales como el Arqu[in] Film Fest, en Barcelona, el ADFF en Nueva York y Mextrópoli, en México. La sección mencionada se caracteriza por mostrar películas hechas por ecuatorianos o que hablan de ecuatorianos, y en este caso se trataba de la segunda opción.
Los protagonistas fueron algunos colectivos de arquitectura que funcionan en el país, entre los que destacan Al Borde arquitectura, Surreal Estudio, Natura Futura, entre otros innovadores negocios que buscan cambiar los paradigmas que rigen tradicionalmente al sector. La amplia estancia de la sala Alfredo Pareja Diezcanseco está muy animada. En una de las mesas hay un grupo que bebe cervezas en torno a un catálogo de los EDOC, que este año se entregó solo a quienes adquirieron su pasaporte. Una pareja de ancianos reclama su vuelto al bar improvisado en una de las esquinas, en la que hay sándwiches de quince centímetros cotizados a 10 centavos cada uno (cada centímetro), entre otras suculencias.
Con sala casi llena, y luego de una breve presentación realizada por uno de los directores, empieza la función. Se trata de un documental con una temática poco común, alejada de los problemas etnográficos y sociales más comunes en este tipo de cine. Un documental que expone el trabajo de jóvenes arquitectos que ven en la arquitectura tradicional una serie de incongruencias y necedades, y que mediante diseños creativos y sustentables intentan darle una vuelta de 180 grados a la idea que se tiene de su profesión en el país, en muchos casos completamente ignorada. Para Ignacio Muñoz, estudiante de arquitectura de la Universidad San Francisco de Quito, de 22 años, es “interesante el proceso de diseño, la metodología, el hecho de valorizar lo que tenemos en nuestro país. Sobre todo para los arquitectos estudiantes, es importante conocer este tipo de procesos que no son muy comunes, que no todo es dinero, que no todo es negocio, sino que también hay que ver un poco más allá en el ámbito social, y cómo aporta lo que tu diseñas y lo que tu haces a una sociedad que lo necesita”. Parece que he elegido bien. Me retiro helado, pero contento, del primer día de Festival.
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