
Contrario a lo que se piensa en las más suspicaces conjeturas de las izquierdas, la derecha en el Ecuador no posee el poder total, no gobierna y no es una.
Empecemos por el final, en Ecuador hablar de ‘la derecha’ es una simplificación tan peligrosa como hablar de ‘la izquierda’. Más allá del vaciamiento ideológico propio de la postmodernidad, las agendas en la tendencia de derecha son dispares y a veces contradictorias. Basta observar las disputas -que superan el componente personalista- entre ciertos sectores productivos con la banca o aquellos propios de la fractura regionalista.
En segundo lugar, ‘la derecha’ no gobierna. A pesar de la poderosa presencia del superministro Richard Martínez -representante del Comité Empresarial Ecuatoriano-, si el descalabro del gobierno de Moreno nos ha enseñado algo, es que se trata de una frágil coalición coyuntural y oportunista más que un consistente y coordinado cuerpo que opera para servir intereses específicos.
Por último, la derecha o las derechas no tienen todo el poder. No lo tuvieron en octubre, ni lo tienen ahora. Mucho de lo que se considera agenda de derechas no se ha logrado concretar ni en la Asamblea ni a través del Ejecutivo. Es más, a pesar de algunos delirios de los más insignes detractores, el neo-liberalismo no es una realidad objetiva en el Ecuador.
Esto, por la propia naturaleza de un mercado sujeto tanto a distorsiones estatistas como a distorsiones culturales que nos hacen vivir un ‘capitalismo de amigotes’ -como lo demuestran los contratos y favores de todos los gobiernos.
Todo esto nos lleva a reflexionar sobre el futuro de la tendencia de derecha en la actualidad. Si no gobierna, no tiene todo el poder y ni siquiera es una ¿entonces qué?
En primer lugar, al igual que al progresismo, las derechas deben superar ciertos desafíos que se resumen en el desgaste de sus dirigencias, los liderazgos ‘a dedo’ y la inconsistencia de su agenda.
Resulta bastante claro que los viejos caudillos tienen poco futuro pese a su gran -y forzada- presencia mediática. El debate si Nebot va o no va o si Lasso se postulará tantas veces como Noboa… cansa. Los caudillos están quemados y al parecer solo ellos no lo quieren ver.
Esto nos lleva al tipo de liderazgo que sigue la misma línea, caudillismo ‘a dedo’ más propio del populismo que de las tecnocracias europeas o angloamericanas. Un control partidista (¿?) férreo y jerárquico suena bien sobre el papel, pero como lo demostró el propio correísmo, lleva a cometer errores o poner a personas incapaces en posiciones clave. Basta ver el caso de la impresentable alcaldesa Viteri y su manejo de la crisis sanitaria.
Por último, la agenda de las derechas es inconsistente. Para comparar, las reformas estructurales chilena en los 80 y peruana en los 90, fueron apuestas concretas por un modelo que, a pesar de sus limitaciones, se lo tomó en serio. Acá se habla de tecnicismos, pero a medias, a la ecuatoriana. ¿Estaría Lasso dispuesto a abrir el mercado financiero a la competencia de la banca internacional y dejar de beneficiarse del oligopolio interno? ¿Estaría Nebot dispuesto a ceder en los privilegios grupales en nombre de la libre competencia y permitir el acceso de empresas internacionales serias y a afectar a amigos y coidearios?
Sin embargo, las cosas están cambiando. Dejando de lado a las derechas oportunistas -véase los ex-demócrata-cristianos asesorando a Moreno- o idealistas -libertarios de la San Francisco y la Espíritu Santo-, se observa un cambio en las bases de la tendencia. Políticos de rango medio y jóvenes de derecha, se empiezan a cuestionar los liderazgos, la falta de una agenda técnica y realista e incluso la presencia de los propios líderes… y piden cambios.
En este sentido, se puede presentar a Cristina Reyes como un caso refrescante pese a sus evidentes ambiciones políticas. Ha sido mejor detractora de la ministra Romo de lo que ha sido toda ‘la izquierda’ en su conjunto. Al interior de la tendencia, se la empieza a ver con recelo por como la ciudadanía reacciona hacia ella y por -según se dice- ciertas libertades ‘no autorizadas’ que se ha tomado.
Sin duda Reyes no es imparcial y no deja de actuar bajo la larga sombra de Nebot. Pero es una marca de los tiempos por venir: la era de los grandes caudillos se tambalea por la presencia de actores internos ambiciosos y cansados, así como por las renovadas demandas de sus bases.
Basta ver si este cambio de vientos viene acompañado de un cambio electoral que favorezca a una tendencia que hace mucho no gana elecciones nacionales.