El hombre que fue salvado por las orquídeas

Por María José Coronado* / Fotografías Jorge Gómez
A paso lento y con la seguridad que le han otorgado los años, Alfredo Pantoja se interna en su jardín de orquídeas, ubicado en las afueras de Urcuquí. Mientras camina, trata recordar el nombre científico de cada una de las flores. Sin que ello parezca importarle mucho, Pantoja las llama con cariño ‘bonitas y hermosas’. Este jardín se inunda con la ilusión de un hombre que no deja de recorrer sus senderos con una sonrisa y un brillo infantil en sus ojos.
“Hace 17 años yo tuve una operación de columna. Me reemplazaron una vértebra. Cuando ya estaba en el hospital internado, me visitó la novia de un sobrino y me llevó unas orquídeas. Yo jamás las había visto”, recuerda.

Don Alfredo / Foto de Jorge Gómez
Don Alfredo (nombre con el que lo conocen sus vecinos), vestido con su invariable pantalón de tela, camisa de manga corta y zapatos de cuero, recorre su orquideario todos los días y a distintas horas para controlar la humedad, temperatura y luz. Y, por supuesto, para disfrutar de la compañía de sus más de 180 variedades de orquídeas. Aunque asegura no ser muy detallista, está acostumbrado a realizar esta actividad con mucha dedicación. Él cree que las orquídeas son un regalo de la vida. “Estuve 17 días hospitalizado y las orquídeas me acompañaron con su belleza”. Y añade “cuando por fin pude mover los pies hice una promesa al cielo: Dios, si tú me das la vida, yo voy a cuidar de estas plantas”, cuenta Pantoja.
Ahora tiene 67 años y es jubilado. Su trabajo con el cultivo y producción de orquídeas empezó hace 16 años y todo lo que aprendió sobre el cuidado, floración, luminosidad, temperatura y poda, lo adquirió de manera autodidacta y a través de unos cuantos cursos y seminarios.
Desde que empezó con este oficio jamás se le cruzó por la mente vender orquídeas. Pese a que en el mercado estas flores oscila entre USD 25 y USD 100.
Para Zulimar Mafla, sobrina de Don Alfredo, el orquideario debería generar recursos económicos para que pueda ser conservado y autosustentable. “Tal vez el cobro de un precio simbólico por la entrada al orquideario o por la venta de las flores podría ayudar a mi tío, ya que al ser una de las flores más hermosas del mundo su costo en producción y cuidado es alto. Pero a él no le interesa ninguna idea de negocio. Él sólo quiere disfrutar del asombro y alegría que las personas experimentan al visitar su jardín”.
Los 700 metros cuadrados que Don Alfredo ha destinado para su orquideario se convirtieron en su lugar preferido. Convive con sus plantas de 7 a 8 horas diarias. “El orquideario es un gran logro de mi tío. Él considera que las orquídeas son sus hijas, sus amigas. En la familia hay muchas opiniones sobre lo que él hace. Algunos lo admiran por su trabajo y otros lo consideran un fanático o loco porque, no cualquiera, se levanta a las 5 am para regar las orquídeas o para conversar con ellas”, asegura Mafla.
Él únicamente abandona a las orquídeas cuando otras tareas, como el cuidado de su finca, visitas médicas o familiares se cruzan en su agenda. Esto se debe a que en varias ocasiones ha sido víctima del “ladrón de las orquídeas”: aquel sujeto que ingresa sigilosamente al orquideario para seleccionar y llevarse a las más costosas y hermosas orquídeas. Se cree que el sospechoso comparte con Pantoja el buen gusto por estas flores y conoce de este arte.
La gran mayoría de plantas están sembradas en baldes o botellas que sirven de macetas. Otras, las orquídeas aéreas, cuelgan de los árboles para proteger al jardín del atenuante sol veraniego.
Hace unos años recibió una visita que puso en riesgo su idilio. El Ministerio de Ambiente exigía que el orquideario cumpliera con los permisos de funcionamiento. “Contraté a un ingeniero que me ayudó a hacer la clasificación de las orquídeas y a obtener la autorización. Ahora ya tengo el permiso y el público puede visitar mi orquidiario y sentir la belleza de la naturaleza y la energía de las orquídeas”.
El sol cae perpendicular sobre la tierra. Han transcurrido casi dos horas y media. Don Alfredo sigue hablando de las orquídeas con la misma pasión contagiosa que cuando empezamos a caminar. Una voz femenina, a lo lejos, es el anuncio de que la comida está servida. Pantoja da un vistazo rápido al jardín, como quien espera no haber olvidado algo importante. “El diablo no da hijos pero da a quién querer”, suspira Pantoja.
Después de un corto silencio, se limpia las manos mientras camina a su casa, a unos ochenta pasos. Yo voy delante. De pronto, siento su mano sobre mi hombro. Cuando regreso, me habla con una sonrisa. “Vamos a que se sirva una sopita”, dice. “Usted debe estar cansada”.
La mesa empieza a llenarse de comida: sopa, arroz, jugo, agua, frutas, postres, tostado, aguacate y queso.
Su bondad era tan grandiosa como su amor por las orquídeas.
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