El hombre que siempre vivió entre dictaduras y autoritarismo

Por Samuel Uzcátegui*
Bajo el régimen dictatorial de Francisco Franco en España, 500.000 españoles, de acuerdo a registros del historiador Damián González, se vieron obligados a emigrar al encontrarse en un ambiente inseguro e inestable, económica y emocionalmente.
Dentro de esa cifra está José Moncada, quien en 1950 migró hacia Venezuela vía marítima. Ahora, Moncada tiene 93 años, sigue radicado en Caracas y su lucidez es digna de envidiar. Bebe más vino que agua, camina con elegancia y no le gusta que lo traten como ‘viejito’.
Su acento es peculiar; tiene los característicos acentos español y el caraqueño. Es la combinación de las tapas y la arepa, de las corridas de toros y el béisbol, del frío en Barcelona y el calor de Caracas, de Julio Iglesias y Oscar’ D León. Moncada es un libro abierto de experiencias que vocaliza con gusto. Siempre anda sonriente. Es optimista, a veces demasiado.
Ha vivido todos y cada uno de los mundiales de fútbol profesional. Nunca se casó y tiene un único hijo. No quiere dejar Venezuela a pesar de que también está viviendo un episodio trágico bajo la dictadura de Nicolás Maduro. Opciones le sobran, su hijo vive en Ecuador y su hermana en España, pero se rehúsa a abandonar el país que le dio todo.
Sus inicios
Moncada nació en 1926 en Tarragona, España. Sus padres trabajaban en una hacienda, llevando una vida sin lujos ni carencias. En 1939 se instauró la dictadura de Francisco Franco, caracterizada por su represión a los opositores y su fascismo institucionalizado. “Franco es el recuerdo de un incómodo pasado”, dice el historiador Enrique Moradiellos. Para Moncada, Franco es más que eso. El pasado es doloroso, frío y triste. Es el reflejo de una época trágica que se cobró la vida de más de 150.000 personas. Un pasado manchado de sangre, donde escaseaba comida y sobraban balas. Recuerda que cuando tenía 12 años, empezó a escuchar cerca de su casa como los cuerpos de seguridad ejecutaban a opositores.
-Casi todas las madrugadas, me despertaba un estruendo producido por 20, 30 o no sé cuántos disparos a la orden de alguien. Después que estaba despierto contaba los tiros de gracia. Un día contaba 18, otro 20, otro 30, otro 35. Son los recuerdos raros que uno tiene. Es una historia bien fea- dice Moncada, mientras su cara refleja el dolor de revivir tan turbios momentos.
Cumplida la mayoría de edad, honró su servicio militar y posteriormente, decidió emigrar. Se despidió de sus familiares, de su madre, a quien más nunca volvió a ver, y se movilizó a las Islas Canarias. Tenía muy buenas referencias sobre Venezuela, y él y su compañero, José Cabret, decidieron que se mudarían al país caribeño.
Corrió la voz de que quería ir hacia Venezuela y recibió una oferta. El barquito donde realizarían el viaje era de 7×2,5 metros, y allí viajarían cuatro personas. No era el barco ideal, pero era la única opción. Conoció a los tripulantes, dos suecos, Jenn Paltings y Ernest Crulies. El capitán del barco y un periodista que escribía un libro de sus viajes. Crulies escribió ese libro, pero nunca mencionó la presencia de Moncada y Cabret en el barco.
-Cabret y yo éramos polizones, lo que ellos estaban haciendo era totalmente ilegal. Si nos mencionaba, admitía un delito. Ese libro está vacío, porque dejó lo más importante por fuera- dice Moncada, criticando la decisión de Crulies. El libro es imposible de encontrar en la actualidad. Moncada negocia hacer el viaje por 300 dólares. Les dio un adelanto y luego de tres semanas de espera, finalmente emprendieron su viaje. Compraron un saco de pan tostado, bananas, arroz y garrafas de agua dulce como provisiones.
De Islas Canarias a Barbados, de Barbados a Trinidad y de Trinidad a Venezuela. Se dice rápido, pero fueron casi 3 meses de viaje, donde tuvieron que enfrentarse a la barrera idiomática con sus acompañantes. Con el idioma siempre había una manera de entenderse. Los españoles hablaban catalán y los suecos sabían francés. Las similitudes entre las lenguas aplanaron el camino hacia el entendimiento, pero los suecos no eran conversadores.

Moncada no escatima con los detalles. Cuando siente que está hablando de más, me mira como si esperara aprobación. “De esta travesía se pueden escribir varios libros”dice, como si diera una antesala de la información que está por soltar. Recuerda que pasado el primer mes del viaje cuando pararon en Barbados, probó por primera vez la Coca Cola y que había olvidado cómo caminar, después de tanto tiempo sin ver tierra.
Posteriormente arrancaron hacia Trinidad. Allí estuvieron 20 días. Luego emprendieron el último viaje hacia Isla de Margarita, donde hicieron una parada y rápidamente volvieron a altamar. Luego de tener días navegando, Moncada vio un faro a la distancia. Identificó que era el Puerto de La Guaira, su destino final. Sacó el pequeño barco de madera que había mandado a hacer en las Islas Canarias. El ‘barco’ eran dos tablas con una cobertura para flotar. Cabret y Moncada saltaron al agua, pero perdieron la luz del faro, el mar los sacudió y al final decidieron nadar a contracorriente hacia la orilla. Luego de tensos momentos, llegaron a tierra, se pusieron ropa menos mojada, comieron los restos del pan comprado tres meses antes e iniciaron sus andanzas por el país caribeño. Moncada y Cabret pueden decir que llegaron nadando a Venezuela.
Vida en Venezuela
Con 90 días viviendo en Venezuela, Moncada ya tenía carro y había pasado 15 de esos días en la cárcel por indocumentado. La mayoría de los favores que recibió recién llegado fueron de otros migrantes europeos. Recuerda con nostalgia cómo un portugués le dio dinero para que él y Cabret se movilizarán de La Guaira a Caracas, donde un catalán les pagó hospedaje en un hotel. Era una fraternidad entre desplazados, una alianza implícita que no miraba ni gustos ni colores. Todos sabían lo mucho que habían luchado para llegar allí.
Su primer trabajo fue reparando radios y fue bien remunerado. Gozaba de un mar de oportunidades en la que llamaban la ‘Venezuela Saudita’, disfrutando de los beneficios que España le negó. Su primer emprendimiento fue una fuente de soda en Maracay que llamó ‘Tiuna’, en honor al Cacique Tiuna. Este negocio quebró, pero a día de hoy, la zona donde solía quedar sigue llamándose Tiuna. Moncada goza diciendo que él le puso nombre a esa zona, y que “muy pocos lo saben”.
En 1953 llegó el dictador Marcos Pérez Jiménez al poder. Se caracterizó por la encarcelación masiva de opositores, pero también por el crecimiento de los sectores comerciales con la construcción de obras. Moncada se benefició de un crédito bancario, compró varios camiones y empezó a brindar su servicio de transporte de maquinaria y material a las construcciones del gobierno perezjimenista.
-La Venezuela de Pérez Jiménez era la mejor. Si trabajabas te dejaban trabajar, y si no trabajabas te metían a la cárcel- dice Moncada. Aun así, reconoce los bemoles del autoritarismo y no excusa las acciones de MPJ, simplemente resalta que, aunque era una dictadura se podía laborar. La vida le ha enseñado a nunca justificar a los abusadores del poder, pero también ha sobreponerse a lo que le pongan en su camino. Pasaron años de bonanza económica, hasta que MPJ fue removido del cargo en 1958.
El país disfrutaba de la libertad, pero Moncada veía como su crédito de banco era cancelado y su negocio quebraba en cuestión de segundos.
–Me quedé en la calle. Con par de bolívares en el bolsillo y mi moto. De vaina y no me morí de hambre- cuenta Moncada mientras ríe. Suele reírse cuando habla de los momentos malos de su vida.
El país pasó un año paralizado durante el gobierno transitorio. Moncada se rebuscaba entre trabajos en esa época y gracias a su amplia red de contactos encuentra un trabajo en la Policía Metropolitana, donde le hacía mantenimiento a la maquinaria del centro odontológico. Su sueldo era paupérrimo, pero corrió la voz y empezó a encontrar más clientes.
Si alguien necesitaba reparar o instalar algo, él era a quien debían llamar. Y lo hacían. Conoció gente y amplió aún más sus contactos. Moncada es un maestro del networking y dice que ese es el secreto de su éxito laboral.
-Nunca me junté con la mierda, siempre busqué a la gente que me hiciera bien. Y como yo los trataba bien, ellos me trataban bien- dice Moncada, orgulloso. Gracias a estas influyentes amistades se convirtió en empleado del Instituto Nacional de Higiene, donde ocupó un cargo administrativo y tuvo 70 empleados a su cargo.
Descubriendo su pasión
Durante esa larga travesía de 13 años como funcionario público, descubrió su pasión por la aviación y se compró su primera avioneta. Esa avioneta la usaba para trabajar, si tenía que hacer un trabajo en la costa, iba volando. Si tenía que ir al oriente del país, lo mismo. Y así supervisaba los trabajos del Instituto.
También se daba el gusto de ir a Margarita a almorzar, o viajar a Colombia para ver a su novia.
Ese avión lo estrelló y no fue su único incidente. Cuenta las historias de sus numerosos accidentes aéreos como si contara un paseo por el parque, pero siempre está expectante a ver la reacción de la persona a la que le cuenta sus travesías.
Finalizada su etapa como empleado público, se dedicó a lo que verdaderamente le gusta: la aviación privada. En ella trabajaría desde 1972 hasta su retiro.
Moncada puede pasar días hablando de aviones. Es su mayor pasión, de la que ha contagiado a su hijo, que también es piloto. Piloteó aviones para expresidentes como Carlos Andrés Pérez y para personalidades empresariales de la élite caraqueña. Entre lujos, vino y restaurantes de carne, se codeó con gente muy influyente, viajó y le cumplió el deseo a su padre de visitar Nueva York. Vivió innumerables anécdotas y por un par de décadas, voló junto a su hijo, recorriendo Latinoamérica.
Con la llegada del militar Hugo Chávez al poder en 1998, se dio el cierre a las oportunidades de trabajar en la aviación privada. Su centro de operaciones en la base La Carlota fue desvalijado por los cuerpos de seguridad chavistas.
Se retiró de la aviación a mediados de los 2000 y ocupó un cargo administrativo en un banco, donde era el encargado de planificar gastos relacionados a la aviación. Esto lo hizo hasta el 2017, donde finalmente se retiró.
Actualidad
Moncada vive entre Miami, Quito y Tarragona, pero todos los caminos conducen a Caracas. Viaja por ocio, pero siempre vuelve a su apartamento en la capital venezolana. Allí lleva una vida que no le permite descansar. Días sin electricidad, gas, agua e inestabilidad en todos los aspectos. Vive solo en la segunda ciudad más peligrosa del mundo, de acuerdo a The Economist, y lo hace por convicción propia.
Para él, irse nunca fue una opción. Su nuera, Carmen Vivas, cree que es una combinación de varios factores.
-José tiene una vida muy interesante en Caracas. Tiene un grupo de amigos y se reúnen con frecuencia. Tiene una reputación y es reconocido. Casa propia y un Impala con llantas blindadas con él que sale a pasear por la ciudad. Conoce Caracas como la palma de su mano- dice Carmen. Y es verdad, Moncada es Caracas y Caracas es Moncada. Tiene distintos factores que lo amarran y por ello no plantea irse del país.
Siempre que viaja a otro lugar lo disfruta al máximo, pero ese disfrute es temporal, porque siempre tiene pendiente volver a Caracas.

De acuerdo a la ONU, a finales del 2020 habrá 6,5 millones de migrantes venezolanos en Latinoamérica. Su hijo es parte de esa estadística. Moncada dice que en la época en la que él emigró, el gobierno venezolano supo capitalizar esa mano de obra especializada y le abrió las puertas al trabajo. Cree que eso no ha ocurrido ahora y que también han emigrado “bichitos” que llegan a delinquir, arruinando la reputación de los bienintencionados. Moncada no comprende la xenofobia, no le ha tocado ser víctima, y para comprender la xenofobia hay que vivirla. Lo que sí le indignan son los estragos causados por el chavismo y también ver en Quito la necesidad de 400.000 venezolanos, según cifras de la cancillería ecuatoriana, que están buscando una nueva oportunidad de vida, tal y como él lo hizo en 1950.
Moncada siempre tiene algo que contar. Es un ser excepcional. Una historia a la que todos queremos proyectarnos. Quizás le quedaron cosas por hacer. Casarse, disfrutar más, ocuparse menos, pero no se queja. Moncada es la personificación de lo que puede llegar a ser una migración bien enfocada. Su decisión de mudarse a Venezuela dio frutos y marcó muchas vidas.
Moncada es la historia de superación que todos los migrantes queremos tener. Es la prueba de que luego de la tormenta viene la calma. La prueba de que por más difícil que sea nadar a contracorriente siempre valdrá la pena buscarse su lugar en el mundo. Es el ejemplo en vida de que la resiliencia, la paciencia y el optimismo son necesarios, por más grises que se tornen las cosas. De que todos merecemos una oportunidad sin importar nuestro lugar de origen. Ese es José Moncada. El español más venezolano que existe.
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