Innovación y tecnología

El Internet de las cosas, explicado

Por Roberto Moreano

El escenario

Son las 5 de la tarde y Juan está a punto de regresar a casa. Mientras se alista a dejar su oficina, le llega un mensaje a su celular que le advierte que le queda apenas un cartón de leche, que ya no tiene huevos para el desayuno de mañana y que queda media botella de ketchup. No, el mensaje no es de su pareja; y sí, Juan vive solo.

La notificación la ha generado automáticamente su refrigerador.

Juan toma su teléfono e ingresa a la plataforma móvil del supermercado, que tiene una aplicación de realidad aumentada. Él se coloca sus gafas 3D y va de compras. Simula, entonces, recorrer por el supermercado y agarrar los productos que le hacen falta, los pone en su carrito de compras virtual y le da clic a “Listo”.

Apaga el computador de su oficina, baja en el ascensor hacia el parqueadero y sube en su carro. En el trayecto al supermercado para recoger su compra, el panel del auto le recuerda que todavía no ha pagado por la compra. Juan saca su tarjeta de crédito, la pasa por encima del panel del auto y paga por sus productos.

Al llegar al supermercado, se detiene en una garita. La cámara lee la placa del carro, la cual está asociada a la tarjeta de crédito de Juan, y reconoce que ha comprado en el lugar, que ha pagado por su compra y que su bolsa está empacada en el casillero B12.

Se abre la garita. Juan ingresa, estaciona el auto, recoge su bolsa y regresa a casa.

El contexto

La historia de Juan es ficticia, sí. Pero tranquilamente podría ser verdadera puesto que la tecnología detrás de la anécdota existe.

La pregunta es, ¿cómo hemos llegado hasta el punto en donde la historia de Juan es, técnicamente, posible?

Para ello convendría resumir, de manera muy osada pero bastante pedagógica, la historia de Internet de los últimos 25 años. Acorde con Genís Roca, experto en transformación digital y socio-presidente de la compañía RocaSalvatella, en Internet han existido 3 momentos clave.

Para entender el primero momento tenemos que situarnos en un año de referencia: 1995. Es el año en el que nace Internet con las características que más o menos conocemos ahora. En este primer estadio, el acceso al Internet estaba mayoritariamente restringido para instituciones, empresas o universidades. Fue un Internet en donde la información circulaba en la web como única plataforma (no era móvil, por ejemplo) y cuyo paradigma o reto a vencer era el acceso. No todos teníamos la facilidad de entrar a la web y pocos entendían el lenguaje de la misma.

Esto quizá suene extraño si eres un lector millennial, pero los anteriores a esta generación tendrán muy presente que, en una empresa, el hombre “que sabía de Internet” era el tipo de tecnología: el que conocía cómo conectarnos a la red, cómo operar el Windows 95 y, de paso, también nos conectaba la impresora y la copiadora.

El de 1995 era un Internet, además, reflexivo. Era un Internet de “cuando tenga tiempo, miraré que hay allí”, sostiene Roca.

El segundo momento clave se sitúa en 2005, con el famoso surgimiento de la web 2.0. Este es un Internet ya no restringido a instituciones, sino que se ha vuelto un Internet de las personas. Por ende, el acceso ya no es el paradigma que rige este estadio, sino la participación: ¿cómo hacemos que las personas sean parte de las instituciones, universidades, empresas y demás? ¿cómo hacemos que su participación sea valiosa? ¿cómo generamos engagement? ¿cómo ganamos seguidores influyentes? ¿cuáles serán sus espacios de colaboración?

Es el Internet de las redes sociales, de las wikis y de las plataformas de auto-organización y participación. Es un momento en el que el perfil más valioso para el mundo digital ya no es el señor de tecnología que conoce cómo conectar tu laptop al wifi y a la impresora, sino del famoso Community Manager o gestor de comunidades, o el estratega en comunicación en redes.

Es un Internet en donde la información, producida, compartida, modificada y aumentada por todos, abunda. Por eso, a diferencia de 1995, desde el 2005 hasta la actualidad, el uso de Internet ya no es reflexivo, sino más bien compulsivo y, al mismo tiempo, espontáneo.

Otro elemento importante de este segundo momento es que el Internet y acceso a la información son ubicuos. Por tanto, es móvil. El acceso a la información ocurre donde sea, cuando sea y a través de múltiples plataformas.

En resumen, es el Internet de hoy en día.

El tercer momento del Internet, explicado por Roca, lo evidenciamos más o menos desde 2015. Este ya no es un Internet de personas, sino de sensores. Es un Internet en donde lo importante son los datos: qué datos obtienes, cómo los obtienes y para qué los utilizas.

Quienes resuelven esos cuestiones, son quienes toman la delantera.

Los casos más ilustrativos, acaso, son las plataformas de Google, Amazon, Facebook y similares. Estas empresas se han vuelto compañías que basan su gestión y monetización en la utilización de datos. Los ejemplos ocurren a diario: al abrir una cuenta con Google, das acceso a esta empresa para que ocupe todos los datos que genera cotidianamente con la utilización de sus servicios. Así, con una simple búsqueda en Google, el algoritmo arroja resultados “personalizados” con base en los intereses de ese usuario (la postverdad en estado puro, pero ese será motivo de otro debate y otro artículo).

Es por eso que Amazon, por ejemplo, es capaz de recomendarte compras de productos de tu interés (personalizados). Su algortimo ha recogido tus gustos y preferencias, ha hecho un perfil de usuarios, y te ofrece productos relevantes para ti.

Ahora bien, estos han sido ejemplos básicos de cómo funciona esta tercera etapa del Internet. Pero hay ejemplos aún más evidentes del nuevo estadio del Internet. Uno de ellos es el nuevo proyecto Amazon Key.

Esta iniciativa (ya en marcha en algunos sitios) permite a los repartidores de Amazon dejarte el paquete en el interior de tu casa. Para lograrlo, Amazon ha ideado un sistema en donde colocas una cerradura (un sensor) que se abre automáticamente cuando la persona de Amazon llega a tu casa y escanea el código de barras de tu paquete: al hacerlo, el sistema confirma que ese paquete debe ser entregado en esa dirección y que ese usuario, naturalmente, ha pedido que se haga la entrega del paquete dentro de la vivienda.

Asimismo, con Amazon Key podrás instalar una cámara (otro sensor) que se activa una vez que la cerradura se haya abierto. La cámara, entonces, grabará el momento en el que la persona de Amazon ingresa por unos segundos y deja el paquete en el interior de tu casa. Como se pueden imaginar, cuando la cámara se activa el usuario recibe una notificación en su dispositivo móvil de manera que pueda observar el video de su paquete siendo entregado.

Este último elemento del servicio (el de la cámara) es importante porque está relacionado al reto que esta nueva etapa de Internet tiene que vencer: la transparencia.

Ahora bien, paremos un segundo y volvamos a pensar detenidamente, sobre todo, en este último ejemplo: cámaras, cerraduras, paquetes y sistemas conectados entre sí… ¿Lo hicieron?

Bienvenidos al Internet de las cosas.

 

La tecnología

El Internet de las cosas es un concepto, en realidad, simple: las “cosas” (dispositivos, sensores, antenas y, literalmente, todos los demás objetos imaginables) están conectados entre sí. Como la cerradura, la cámara y la plataforma de Amazon.

Y esta tendencia se apalanca en cifras: en 2013, se estimó que había 10 millones de “cosas” conectadas al Internet, versus 7 billones de personas, según datos de Cisco y de World Internet Stats. Para 2020, la cifra de dispositivos conectados se duplicaría.

La industria de telecomunicaciones, voyantes como pocos en estos últimos años, sostiene que, tecnológicamente hablando, la implementación del IOT (Internet of things) alrededor del mundo puede estar listo mañana. Lo que resta por resoler son pequeños detalles: la legislación, la adaptación social, los modelos negocios, el entramado cultural, la igualdad de acceso…

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