Opinión

Estudio sobre la difusión de la ignorancia, ¿origen de la posverdad?

Por Roberto Moreano (imagen Revista UNO)

Estamos tentados a pensar que la posverdad es una cuestión de millenials, del siglo XXI y de Internet. Pero, al parecer, se podría explicar el origen de este fenómeno en 1979, cuando se hizo público un memo secreto de la industria del tabaco.

La historia va algo así.

En aquel año, según documenta la BBC en uno de sus artículos, el mundo conoció un informe llamado Smoking and Health Proposal elaborado 10 años antes, en 1969, por la compañía de tabacos Brown and Williamson. En este documento se mencionaban las tácticas y estrategias utilizadas por las grandes empresas de la industria para combatir lo que ellos llamaban “las fuerzas anti-tabaco”.

La misma BBC resalta que en una de las secciones más reveladoras de este informe, se escribe: “La duda es nuestro producto, ya que es la mejor forma de competir contra el conocimiento generalizado existente en el público. Ésta también será nuestra forma de generar controversia”. La frase refleja cuál fue la estrategia de marketing de la industria del tabaco por aquellos años.

Este memo despertó el interés de Robert Proctor, un historiador científico de la Universidad de Standford quien decidió analizar las prácticas de las empresas tabacaleras que decidieron difundir la duda y la confusión con el objetivo de no asociar al cigarrillo con el cáncer.

Proctor descubrió que dichas empresas gastaron billones de dólares en anuncios, conferencias, eventos públicos y encuentros particulares para obscurecer la verdad: el cigarrillo tiene un impacto negativo en la salud de las personas. El científico, entonces, acuñó un término: “agnotología”, agno es el vocablo griego que significa “ignorancia” o “no conocer”, y logía se asocia con “estudio” o “tratado”.

Nació así el estudio de la ignorancia.

“La ignorancia es poder… y el agnotología es la creación deliberada de la ignorancia”, sentencia Proctor.

La ignorancia en tiempos de red

En 2016, la palabra posverdad fue reconocida por el diccionario Oxford. La misma se define  como aquellas “circunstancias en las que lo hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las emociones y las creencias personales”.

En simple y llano: una mentira que apela a tus emociones y que confirma tu forma de ver el mundo, puede más que la verdad.

Si hay una figura que mejor ejemplifica los tiempos de la posverdad y de los fake news, es Donald Trump. El actual presidente de EEUU inundó su campaña política de noticias falsas que, según estudios de Pew Research Center, influyeron directamente en el electorado norteamericano. Polifacts analizó el discurso Trump y Clinton durante toda la campaña y descubrió que el primero mintió el 70% de las veces en sus declaraciones, comparecencias o debates. Hillary Clinton lo hizo un 30% de las veces.

Parecería insólito que un político que miente de esta manera haya llegado a la presidencia. Pero, al parecer, Trump entendió el uso de la agnotología mejor que otros. De allí que cuando dijo que Obama no había nacido en EEUU o que en la última elección votaron ilegalmente 3 millones de personas, una porción alarmante del público le crea.

El fenómeno se profundiza cuando sumamos a esta coctelera el componente tecnológico. A diferencia de la década de los 60´o 70´, en donde Brown and Williamson debían gastar muchísimos recursos y energía en difundir su mensaje para alcanzar a la mayor cantidad de público y, sobre todo, para que ese público esté expuesto a su mensaje de manera repetitiva, ahora ese trabajo lo hace Facebook, Twitter y sus parecidos de manera mucho más efectiva y económica.

Los algoritmos de estos canales l funcionan de la misma manera: priorizan mostrarte noticias basadas en tus intereses y en tu comportamiento de consumo en la red. Así, si un trumpista lee en Facebook permanentemente noticias sobre Obama y su partida de nacimiento falsa o sobre cómo 3 millones de latinos sin papeles votaron en las elecciones estadounidenses , la plataforma seguirá mostrándole noticias que afirmen sus “intereses” y que corroboren sus creencias. Facebook no tiene forma de saber (aunque este año ha empezado a interesarse por corregir su algoritmo en relación a las fake news) si las noticias son falsas o no.

Bajo esta dinámica, entonces, cada uno va generando su propia burbuja y creyendo solo lo que aparece en ella.

“Cuando un hecho empieza a parecerse a lo que tú crees que es verdad, se vuelve muy difícil para cualquiera advertir la diferencia entre hechos que son ciertos y hechos que no lo son”, apuntaba Katharine Viner, directora de The Guardian, en un artículo publicado en julio del año pasado.

En Ecuador tenemos algunos ejemplos parecidos.

Es fácil recordar a Andrés Paez al frente del CNE (Consejo Nacional Electoral), envalentonado, con la voz profunda y desgastada, producto de una indignación sin nombre, aseverando que las elecciones fueron amañadas porque sostenía en sus manos unas actas de mesas electorales rayadas a favor de AP y no de CREO.

Inmediatamente se identificó que dichas actas eran las que utilizó el CNE en las semanas previas a las elecciones para entrenar a los vocales de mesa.

La aclaración, por supuesto, se la dijo en voz baja  y no se la difundió desde una camioneta con altavoces y rodeado de un conjunto de personas emocionalmente exacerbadas.

Desde el otro lado, hay varios ejemplos también. El simple hecho de que una cuenta denominada Guerreros Digitales se haya convertido en el canal de información predilecto de seguidores correístas es también ilustrativo de la posverdad.

En este contexto, la ignorancia se convierte en un negocio, es un capital político y social a ser explotado.

Con la Consulta Popular a la vuelta de la esquina, la pregunta es si realmente todos estamos concientes de la agnotología, de esta deliberada forma de difundir ignorancia. Y, si lo estamos, ¿a quién le compete encontrar una solución?

Quizá la respuesta pase por encontrar el modelo de negocio de la verdad.

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