Game of Thrones, más allá del bien y el mal

– ¿Cómo era ella?, preguntó Cercei.
– ¿Por qué lo preguntas ahora? – respondió Robert, como adivinando las intenciones de su esposa. Luego continuó. – ¿Quieres saber la horrible realidad? Para ser honesto, ni siquiera recuerdo cómo se veía. Solo sé que ella fue la única cosa que quise en mi vida. Alguien la arrebató de mi lado, y siete reinos no pudieron llenar el hueco que ella dejó.
– Yo llegué a sentir algo por ti, ¿sabías? Después de que perdimos a nuestro primer hijo, por un buen tiempo sentí algo por ti – dijo Cercei con la mirada fija en su esposo. ¿Hubo algún momento, algún instante, en que haya sido posible lo nuestro?
– No.
***
Esta fue una de las pocas conversaciones que mantuvieron Cercei Lannister y su esposo, el rey Robert Baratheon, en la temporada uno de Game Of Thrones. No hubo muchas más interacciones entre ambos, entre otras cosas, porque el rey falleció en esa misma temporada.
La escena arroja un lado de Cercei Lannister que, a esta altura, final de la temporada siete, ha quedado muy lejana en el recuerdo de los espectadores. No creo equivocarme si afirmo que la inmensa mayoría de seguidores de la serie no asocia este diálogo al personaje.
Pero sí. Este lado de Cercei existe, o al menos existió. La malvada, la malvadísima villana de Westeros, llegó a mostrar dolor por el amor no correspondido, frustración por el futuro que no pudo ser. La cruel y manipuladora Cercei, también tuvo un momento de humanidad.
El bien y el mal en Game Of Thrones, a diferencia de otras historias fantásticas o fantasías épicas, como El Señor de los Anillos o Harry Potter (para nombrar renombradas producciones literarias llevadas a la pantalla), no se plantean como dos fuerzas del universo representadas en bandos y personajes específicos.
En las producciones basadas en la obra de John Ronald Tolkien, el rol de Lord Sauron está definido desde un inicio. Incluso la representación gráfica del personaje y sus alrededores mandan el mensaje claro: él es maldad. Lo mismo ocurre, casi de manera idéntica, en el caso el Lord Voldemort en Harry Potter. Bajo esta lógica, el espectador sabe, casi intrínsecamente, en qué bando situarse, a qué personajes apoyar o con cuál identificarse.
Tanto la saga fílmica del Señor de los Anillos, como la basada en los libros de la británica Joanne Rowling, son producciones cinematográficas de mucho mérito, pero en este sentido, ambas pierden la habilidad de sorprender, de jugar con el público.
En la propuesta de George Martin, y de HBO, las ideas del bien y el mal están expresadas a través de los personajes, independientemente del bando. En la serie, la maldad y la bondad no son conceptos, son atribuciones humanas que la llevan adelante los Lannister, Targaryen, Mormont, Baratheon, Martell o Stark.
Es así como Cercei, de casa Lannister, la maldad hecha personaje, también llegó a tener su ventana de sensibilidad humana.
De casa Lannister también es Jaime, hermano de Cercei, y padre de sus tres hijos. Jaime, el incestuoso heredero de Casterly Rock, que arrojó a Brandon Stark desde lo alto de una torre de Winterfell dejándolo inválido, es también aquel de la bañera junto a Brienne de Tarth. En la escena, Jaime Lannister deja ver la tristeza que le causa su reputación de matarreyes, al mismo tiempo que confiesa el profundo conflicto que sufrió, espada en mano, los instantes previos a asesinar al Rey Loco; la mente de Jaime debatía entre su honor y salvar la vida de miles de niños de la capital. Decidió dejar de lado lo primero.
Escogió su honor en el capítulo de este último domingo, el final de la temporada siete. Jaime, en afán de mantener su palabra, cabalgó hacia el norte para unirse a Daenerys Targaryen y Jon Snow (o quizá desde ahora Aegon Targaryen), abandonando así a Cercei, quien los traicionó y no enviará sus tropas a la lucha contra el ejército de la muerte.
¿Y qué hay de los héroes de Game Of Thrones? ¿Qué decir de la cerceificación de Sansa Stark? Ella pasó de ser una niña con sueños de reina, víctima del entramado de los Lannister, a una mujer que aprendió a jugar el juego de tronos mejor que muchos; calculadora, desconfiada, ambiciosa…incluso cruel. Todavía queda en la retina de los seguidores de la serie la brutal – y merecida- muerte de Ramsay, condenado por Sansa a ser devorado por sus propios perros de caza. ¡Aquella media sonrisa de Sansa al alejarse de esa carnicería!
Daenerys Targaryen, antítesis de Cercei, liberó esclavos en Essos e hizo pagar a los esclavistas. Ya en Westeros, desafiando el criterio de Tyrion Lannister-su mano derecha-, quemó a Randall y Dickon Tarly, gesto innecesario de crueldad, al menos, a juicio de Tyrion.
En Game of Thrones, el bien y el mal no distinguen personajes, sino que se conciben como actitudes inevitablemente nuestras, de personas. Y es que la evolución y desarrollo de cada protagonista parte de esa premisa, del criterio de que una misma persona es capaz de maravillosos gestos de bondad, y al mismo tiempo, de acciones deplorables.
“El corazón humano puede estar en conflicto consigo mismo, independientemente del escenario. Puede ser en una nave espacial, en una habitación citadina, o en los puertos de Westeros…en el pasado o en el futuro. Siempre vuelves a enfocarte en el corazón humano”, comentó George R. R. Martin al referirse a las motivaciones que lo llevan a escribir.
Siguiendo esta línea del autor de la saga de novelas A Song of Ice and Fire (génesis de Game Of Thrones), el show de HBO va más allá de la fantasía, gigantes, dragones, ejército de la muerte, brujas y resurrecciones. Es una historia sobre egoísmo, ambición, venganza, sexo, pasión, lealtad, amor, codicia.
No es otra fantasía épica que desemboca con la heroica, sufrida e inevitable victoria del bien sobre el mal. Es una historia sobre seres humanos, que pone en escena sus máximas virtudes, y también sus más profundas miserias…y es por eso que nos encanta.