
El mes de octubre fue uno de los más complicados que vivió el Ecuador, las manifestaciones que se realizaron durante 11 días, mostraron un enfrentamiento violento entre compatriotas civiles, policías y militares.

Marcha indígena en la calle Tarqui /Antonio Flores
Los comentarios eran diversos, gran parte defendía al pueblo indígena y a los quiteños. Así como otros atacaban a la policía y los militares, catalogándolos de ‘cobardes’ por usar la fuerza en las protestas. Sin embargo, lo más lamentable de todo este caos, fue el lado humano que se desconoció por completo. Un país con más de 17 millones de habitantes, se quebró tanto que en las redes sociales y calles se dio a conocer dos caras de un país dividido. Tanta fue la magnitud, que los ciudadanos usaban calificativos como: “indígena o indio”. Esto para denigrar o hacer sentir inferior a su prójimo, así como acusarlos de que ellos fueron los manifestantes que dañaron gran parte de la ciudad y quemaron la Controlaría. Gracias a esto, los manifestantes indígenas que se concentraron en el parque El Arbolito, obtuvieron gran rechazo por parte de la ciudadanía.

Marcha indígena en la calle Tarqui / Antonio Flores

Movimientos indígenas se concentraron en el parque El Arbolito para realizar marchas pacíficas / Antonio Flores
Lanzando la moneda y mostrando su otra cara, tanto policías como militares, también tuvieron su protagonismo. Insultos de por medio, golpes, repudio total y otras acciones que recibieron, como si fuesen robots que no sienten o piensan.

Policías descansando en la calle Guayaquil / Antonio Flores
El día miércoles nueve de octubre, en las calles Guayaquil y Flores, varios policías estaban agotados y cansados de permanecer por muchas horas en las zonas de conflicto, algunos estaban sentados, otros arrimados a la paredes dormidos, en sus rostros se podía apreciar la preocupación, el miedo y la angustia de ver a miles de personas acercarse poco a poco a donde se encontraban. El Mayor de la policía al ver cómo podía terminar la situación les dio una charla y repetía frases entre las cuales se destacó “respiren, tranquilos, no tengan miedo, no pasará nada”; mientras sus miradas sentían lo contrario.

Policía esperando a recibir órdenes / Antonio Flores

Primera línea de retención de la Policía / Antonio Flores

Policía observa a cientos de manifestantes en la calle Flores / Antonio Flores

Policías sentados en la calle Guayaquil / Antonio Flores

Policía dormido en la calle Guayaquil / Antonio Flores

Restos de objetos quedamos a las afueras de la Contraloría / Antonio Flores

Quema de llantas en la avenida 6 de diciembre / Antonio Flores

Manifestante levanta su puño como modo de protesta / Antonio Flores
Luego de varias horas, los manifestantes lograron dialogar y dejar la violencia de lado, por lo que la policía los dejó avanzar sin el uso de la fuerza. Entre aplausos y reverencias, se podía escuchar: “Ustedes también son pueblo, unamos fuerzas”.

Manifestante y policía chocan sus manos / Antonio Flores
Varios manifestantes se daban la mano con los policías, fue un acto que luego de más de 11 días, generó una luz de esperanza donde por primera vez se sintió a un país sin odio. La reciprocidad llegó hasta tal punto que una persona sacó de su maleta una botella de agua, acarició a un perro de la policía, le mojó la cabeza y le dio de beber. Quizá eso no fue el motivo para que todo termine, pero sí mostró el lado humano que tienen las personas cuando en verdad luchan por una misma causa, sin agredir o lastimar a terceros.

Manifestante hidrata a un perro policía / Antonio Flores
La ciudad era tierra de nadie, donde los pensamientos eran diversos, la lucha tenía varios frentes, pero buscar ayudar, era una idea en común. Ahora quedaron las secuelas en Quito, “La carita de Dios” perdió brillo, color y respeto. De a poco, la normalidad ha vuelto, todos salieron a trabajar como si nada hubiera pasado, sin embargo con corazones partidos por constatar que la violencia pudo ante la paz.

Una persona de la tercera edad flamea la bandera de Ecuador / Antonio Flores