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La agonía del cine tradicional, del Hollywood a las multisalas

Por Pablo Torres / Fotografías de Ricardo Guarín

Flavio Torres es una persona formal que viste con camisa y pantalón de casimir, sus zapatos están bien lustrados y se resguarda del frío con una chaqueta de poliéster. Habla con calma y se expresa con propiedad, mucho más si se le pregunta sobre su oficio.

Hace 21 años trabaja en el cine Hollywood, y hace 34 en Cines Asociados, empresa que fue propietaria de otros teatros, como Granada, Fénix y el cine América.

Flavio se encarga de poner las películas en la sala de proyección y de recoger los boletos en la puerta. Aunque a veces tiene que ayudar en la boletería o en la limpieza de la sala. “Ya no es como antes”, dice,  “cuando éramos más empleados, incluso teníamos al simultáneo, quien se encargaba de llevar las películas de un cine a otro para la siguiente función y, como debía llegar rápido, iba en moto o en carro”. Ese puesto ya no existe, ya que ahora, la llegada del DVD ha hecho más fácil el transporte del material.

En el siglo anterior, los cines eran temáticos. Por ejemplo, en el América se pasaban películas chinas y mexicanas, y en el Fénix se proyectaban películas culturales, sin embargo, poco a poco se fue perdiendo el interés por este material y el Fénix tuvo que cerrar sus puertas hace 35 años.

Otros cines como el Bolívar, Variedades, Colón, Atahualpa, Alhambra, corrieron con la misma suerte. Todos cerraron por distintos factores: pérdida de interés del público, edificaciones en mal estado o porque no podían ofrecer servicios adicionales. Si estuvieran abiertos, no podrían cumplir con lo que la municipalidad exige: un parqueadero por cada 10 personas. Incluso los cines modernos, como los Supercines, sobre la Av. 6 de Diciembre en Quito, han tenido problemas para cumplir este requisito.

El Hollywood es uno de los últimos remanentes de los cines tradicionales, dirigidos a un público específico y con funciones continuas de 10:30 a 16:00. Igual que los otros, es un edificio antiguo que no ha tenido inversión para renovar el mobiliario.

En el tercer piso del edificio está la sala de proyección. Es un lugar de unos 4×3 metros, y sus paredes están pintadas de dos colores: crema y blanco, como se estilaba antiguamente en el Centro de Quito. Ahí descansan dos proyectores muy antiguos que antes funcionaban con lámparas de carbón y luego con lámparas de xenón -que se dañan cada cierto tiempo y reemplazarlas cuesta mucho dinero-, dos equipos de DVD con dos proyectores modernos y otros aparatos para el audio.

Desde ahí se proyectan las películas para adultos que solo ven caballeros, porque el ingreso de las damas está prohibido.

Cada hora y media, Flavio sube al tercer piso para cambiar la película, unas tres veces al día. Cuando se usan los proyectores debe estar pendiente de que el rollo no se trabe, se vea bien, que la lámpara esté en óptimas condiciones y que el proyector tenga aceite. Si usa el DVD, debe calibrarlo para el tipo de película, porque hay unas que vienen muy claras y a otras hay que cambiarles al formato del cine.

En una oficina de la calle Colón, en Quito, el dueño de los cines Hollywood y América pide que se mantenga su nombre en reserva. Es contador y en su cabeza se pintan varias canas. Su trabajo es administrar los cines, que son un negocio familiar hace 40 años. Él cree que en sus manos va a terminar el ciclo de los cines porque la tecnología acarreó varios problemas y su empresa no está en capacidad de seguir lo que exige la modernidad, es decir: edificios modernos, parqueaderos y otros servicios adicionales que proveen las nuevas salas de cine.

El Hollywood, dice, es arrendado y el América, propio. El 30 de noviembre se cerrará el cine Hollywood porque el número de concurrentes no justifica los egresos que tiene para mantener abierta la sala. Actualmente, al Hollywood acuden 80 personas por día y al América más o menos 105.

Además de pagar al personal, debe tener recursos para los derechos de las películas que traen de Guayaquil, el arriendo del local -USD 700 – y sobre todo, los impuestos.

Después de esos gastos le queda alguna ganancia. Pero no le queda dinero para reinvertir en las adecuaciones que necesitaría para continuar, por ejemplo: cambiar el mobiliario, cambiar a proyectores digitales que cuestan varios miles de dólares, construir parqueaderos y adecentar las instalaciones en general.

La tecnología, dice, es lo que más le ha afectado. “Todos tienen su DVD en la casa donde se puede ver la película diez veces si se quiere; además, ahora el centro es peligroso y pasadas las 16:00 todos se quieren regresar corriendo a sus casas. Nuestros clientes van porque la pantalla es grande, el sonido estruendoso y no tienen DVD en casa”.

 

El apogeo del cine moderno

Multicines es un complejo de cines que se inauguró en Ecuador en 1996, en el Centro Comercial Iñaquito (CCI), en Quito.

A través del correo electrónico, Gonzalo López, gerente general, indica que este fue el primer complejo multisala del país y, al día de hoy, se ha expandido a seis complejos en Quito y Cuenca, con un total de 47 salas de cine.

En sus inicios, las salas de proyección contaban con proyectores de 35 mm, sonido Dolby analógico y Dolby Digital o DTS, todas con parlantes en disposición 5.1, para ofrecer un sonido envolvente y que el audio de cada canal se escuche por separado, lo que permitía que la experiencia fuera inmersiva. Recuerda cómo sonaban los gruñidos de los dinosaurios de Jurassic Park, mientras caminaban de un extremo al otro de la pantalla.

Una empresa de estas dimensiones debe tener una logística especial para traer películas. Luego de cerradas las negociaciones, los distribuidores de las diferentes casas fílmicas hacían llegar los rollos en cajas de cartón a cada complejo. Esos rollos venían por avión: las de mayor impacto llegaban casi al mismo tiempo de su estreno y las de menor impacto llegaban mucho después. Normalmente, las películas llegaban a Ecuador tres días antes de su estreno.

Como en la estampa de cualquier cine moderno, en las salas de proyección estaban los grandes proyectores de rollo de 35 mm, que utilizaban lámparas que se fueron haciendo más brillantes para mejorar la calidad de la imagen.

Años después, en 2009, se instaló el primer proyector digital y para 2013 ya se habían adaptado todos los sistemas a este nuevo formato. Este paso proveyó de varios beneficios, entre ellos mejor calidad de imagen, seguridad antipiratería, centralizar la administración de contenidos y tener soporte remoto, aunque, el pero es que la resolución de 35 mm es superior.

Con el cambio a digital se podían enviar las películas en discos duros y luego se hacían copias para el resto de complejos; ahora, se realizan las descargas satelitales que funcionan con los proyectores digitales y con una clave de activación se puede tener las películas descargadas con anterioridad, aunque no se las pueda reproducir. Desde siempre, un factor que se toma en cuenta es la entrega de copias para evitar la piratería.

Además, con la mejora del equipamiento fue posible estandarizar el sonido a 7.1, lo que significa que hay más canales de audio para secuencias específicas.

Lo que se viene en el futuro es la proyección láser, que permitirá una imagen superior, pantallas LED, sonido Auro, Atmos y Dolby Vision.

Multicines, al igual que sucede con el negocio de la industria del cine a nivel mundial, subsiste  gracias a la venta de los productos de las dulcerías, ya que la taquilla (venta de boletos) está gravada por impuestos y porcentajes de participación para los distribuidores.

Este cine tiene un promedio de visitas de 11 000 personas por día.

El negocio del cine

Frédéric Martel es un estudioso de la cultura y la comunicación de masas que, en el 2005, se embarcó durante 5 años en lo que se convertiría el libro Cultura Mainstream, para el cual viajó alrededor del mundo para conocer cómo el consumo modifica la cultura.

Entre otras cosas, descubrió que el manejo de los cines se había especializado en muchos países con la llegada del autocinema (1933) y la posterior evolución a los multicines. Relata  que las limitaciones de los autocinemas siguen siendo las mismas que antaño: se debe ir con un buen carro porque ahí es donde se ve la película, además hay que tener una buena radio para captar la señal AM por donde se recibe el audio de la película.

La tarifa que se estableció era de USD 2 por vehículo, independientemente del número de personas en el interior del carro; luego, se instituyó el pago por persona, lo que generó el aparecimiento de la práctica de esconderse en el maletero.

Los autocinemas fueron un negocio que se difundió rápidamente por la prosperidad que ofrecían, ya que los dueños empezaron a vender el llamado pop & corn, nombre que proviene del sonido crispeante que hacen las burbujas de la gaseosa cuando se revientan y del canguil. El pop & corn fue un combo ganador, que vive hasta nuestros días.

Sin embargo, el autocinema no supo combatir una amenaza que terminaría por arrasarlo, sin matarlo por completo: el centro comercial.

Con el aparecimiento de los centros comerciales, llegaron los lugares de lujo con vidrierías, mármol y pasamanos plateados o dorados. Allá se movieron también los multicines, puesto que querían aprovechar el tránsito permanente de clientes.

Esencialmente, relata Martel, un multicine en Egipto se parece bastante a uno de cualquier parte del mundo. En el suelo hay líneas que guían a los espectadores hacia las salas, aunque, lo más importante son los lavabos, sobre todo para las familias y para las personas mayores. Según un parámetro establecido: 1 baño por cada 45 mujeres presentes en el cine.

Además, uno de los estándares más importantes de los multicines es el modelo de ‘estadio’, muy inclinado, con cada fila más alta que la anterior, para que todas las localidades tengan una visión perfecta.

“¿Por qué los multicines tienen tantas salas?”, pregunta Martel al gerente de una sala de un complejo de cine. “¿Acaso es para ofrecer distintas películas a la vez? No, en absoluto”, contesta el interpelado. “Es para no perder ni un solo adolescente”.

El gerente también explica que las películas taquilleras se proyectan en varias salas a la vez, con una sesión cada quince minutos ‘en hora punta’, para evitar tener que consultar los horarios antes de venir. A razón de 1 300 personas por sesión, son casi 7 000 personas diarias, todas en un lugar caliente, seguro y con lavabos suficientes.

Es una historia de película, que parece salida de un guión fantástico.

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