Por Raisa Castro*

Andrés (nombre protegido) es un chico de 22 años, estudiante y que, a simple vista, parece tener una vida normal. La primera vez que lo vi, cuando nos presentó una de mis amigas, recuerdo pensar “esta persona es demasiado optimista”. Nunca había visto a alguien tan animado y feliz.

Ese exterior me engañó de tal manera que no pude ver lo que en realidad pasaba en la vida de Andrés hasta dos años después de conocerlo.

Andrés tiene depresión mayor. Esta depresión es también conocida como grave pues los síntomas de la enfermedad son muy marcados y tienen una duración extensa. En el caso de Andrés, la depresión viene desde sus épocas de colegio. Una vez que me confesó eso, en una conversación sobre por qué la salud mental es importante, quedé fría. ¿Cómo debía tratarlo ahora? ¿Tenía que ser más delicada? ¿Había cosas que no podía decir? Mis preguntas reflejaban la ignorancia que tenía del tema.

La entrevista que le hice a Andrés hace dos semanas surgió cómo parte de uno de mis proyectos para la universidad. Uno de mis profesores pidió que desarrolláramos un blog sobre algo que nos interese. Yo decidí hacerlo sobre salud mental y traté de poner un granito para romper el tabú mental en Ecuador.

Llamé a mi amigo un lunes por la tarde y le dije: “Oye, tengo un trabajo sobre depresión y creo que tu testimonio sería genial”. Él aceptó. Así fue como nos citamos a las 10 de la mañana del día siguiente en la famosa Pagoda de la USFQ.

Con el sol en todo su esplendor, sentados en el césped el uno frente al otro, comencé la entrevista.

¿Cómo empezó tu depresión?

Empezó alrededor del 2014 a pesar de que yo también había presentado indicios depresivos en mi época del colegio y cuando era más niño. Todo esto debido a la situación familiar que yo tenía. La ausencia de una figura paterna me llevó a estar en terapia, en especial durante la secundaria. Al llegar a la universidad, parecía que podía estar bajo control, pero en algún momento detonó de nuevo. A finales del 2014.

¿Y cómo es vivir con algo así?

Fue una experiencia bastante complicada, porque es algo que en mi familia no se entiende. Y en América Latina tampoco. En esta cultura que tenemos no se entiende ni se comprende las enfermedades mentales o psicológicas. Sea en el grado que sea.

¿Cómo afectó tu cotidianidad?

Hubo semestres que estuve deprimido al extremo. Primero vino el auto sabotaje. A veces, por hacer las cosas más fáciles para uno, terminas en auto sabotaje. Es una conducta bastante destructiva y yo encontraba formas de hacerme la vida más difícil y a veces olvidaba cosas. No de forma intencionada, pero me daba cuenta que era mi falta de organización que venía con la depresión. Se trataba de este odio a mí mismo y a lo que me estaba convirtiendo.

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Para entender mejor esto, es necesario que hagamos una pausa y tratemos de tener una visión de qué es el auto sabotaje. Esta tendencia, según David Jaramillo Burgos, psicólogo clínico, consiste en que se realizan acciones inconscientes, en su mayoría, que obstaculizan o entorpecen el alcance de un objetivo o una meta. Se vincula con una autoestima baja y una dificultad para reconocer nuestras capacidades como seres humanos.

El auto sabotaje, según Burgos, tiene dos razones de ser: pensamientos distorsionados, como miedo al fracaso y dejar nuestra zona de confort y la negación de nuestros deseos y necesidades. “El auto sabotaje hace que las personas magnifiquen el sufrimiento”, dice Burgos. “De esta manera, aquella persona que está sufriendo una pérdida vaya a acumularla y tienda a generar un pensamiento generalizador de siempre me pasa esto a mí”. Así, las personas que sufren de depresión llegan a tener este tipo de conductas sin darse cuenta de lo que les está ocurriendo.

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La otra cosa que también era importante era la falta de sueño, el insomnio, la ansiedad. Tener que salir de aquí y caminar hasta mi casa… era agotador. Tener que lidiar con mis papas y cuidar a un hermano pequeño, era más cansancio, más carga y, literalmente, no me sentía útil. Me sentía sobrecargado y buscaba un espacio para descansar, pero mis ocupaciones y responsabilidades no me lo permitía. Tenía que seguir, seguir y seguir. En ese momento empecé a fallar en clases, a no presentar trabajos, a tener que repetir cursos y se sentía bastante mal. Veía que mis compañeros estaban empezando a trabajar y terminar sus carreras y yo seguía en este periodo de la mitad de la carrera.

Dices que tenías que lidiar con tu familia. ¿Fue difícil para ellos aceptar tu depresión?

Ha sido difícil hacerlos entender. La persona que más me compadecía era mi abuela y una de mis tías, pero realmente no entendían completamente qué era lo que pasaba conmigo. Mi familia tiene un carácter tosco; yo, en comparación, tengo un carácter bastante manso. Mi familia es mucho más reactiva. Yo soy una persona mucho más pasiva, mucho más calmada.

Otra parte de mi familia, algunos primos son como “todo se soluciona con alcohol. Todo se soluciona yendo a farrear. Mira esos culitos tan bonitos…” Eventualmente yo me fastidié de ese estilo de vida, pero me di cuenta de que la única razón por la que me querían era porque yo era la persona que les proveía de su entretenimiento, les proveía del alcohol.

¿Llegaste a tener pensamientos suicidas? ¿A tocar fondo?

Por diciembre del 2014 llegué a tener un intento de suicidio. Quise envenenarme con algo y, si no fuera porque en ese momento me llamó mi mejor amiga, tal vez lo hubiera hecho. En el momento en el que ya estaba sirviendo, ya estaba haciendo la “mezcla”, me llamó esta persona y me senté a hablar. Estaba en el cuarto de mi empleada, estaba prácticamente solo en la casa porque, a pesar de que estaban mi padrastro y mi hermano, cada uno estaba en sus cosas. El uno era un niño pequeño y el otro un hombre ocupado.

Luego de eso traté de no tener pensamientos suicidas por un tiempo, pero siempre pensaba en desaparecer. En Aokigahara, Japón, me enteré de que las personas desaparecían en medio del bosque. Lo había considerado seriamente, y tenía planeado más o menos en dónde y cómo para que no encuentran mi cuerpo y así no molesto a mi familia. Así les iba a ahorrar muchos problemas, el gasto del entierro… lo tenía pensado en esa forma: de cómo no ser una carga para mi familia.

¿Sentiste que la medicación era algo necesario para mejorar?

Tuve la opción de si tomar medicamentos o no porque estaba en un nivel [de depresión] lo suficientemente alto para pedir medicación, pero no el nivel alto en el que te dicen “no, no tienes derecho aquí a escoger, tienes que tener medicación”. Por un momento lo pensé y decidí que era prudente seguir sin la medicación. Lo decidí así porque ya sentía que con la terapia había ya  obtenido un poco más de tranquilidad. Sentía que tomar medicación sería darle más importancia y no quería agravarlo más.

Después de tanto, ¿sientes que has mejorado?

Actualmente, siento que estoy excelente. Llevo cinco meses fuera de terapia, o un poco más. Me siento bien: he conocido nuevas personas en mi vida, he aprendido a apreciar muchas cosas, en general en mí mismo. He aprendido a valorarme, literalmente a tener ese amor propio que no he tenido durante muchos años. He conocido personas que han pasado cosas peores que yo y, antes mi idea era “oh, de qué me puedo estar quejando si hay personas bajo esas circunstancias” y ahora más bien mi pensamiento es de apreciar esas circunstancias y aprecio la forma en la que yo puedo ayudarlos. Aprecio bastante eso, ese valor, esa compañía, la empatía que les puedo proveer y, nuevamente, me lleva a un punto en el que puedo estar bien conmigo mismo. Porque es cierto que no estoy siendo solo un ser humano, estoy siendo una persona útil que da y recibe, ¿me explico? Porque puedes tener algo, pero también lo puedes devolver.

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Nuevamente hacemos una pausa para entender más la enfermedad, la medicación, según el Burgos, es necesaria dependiendo de la gravedad de la enfermedad. La enfermedad se puede manejar sin medicamentos si la enfermedad es leve y, según Burgos, con un compromiso fuerte del paciente a ser constante con la terapia.

Entonces, ¿cuándo se necesita la medicación? Burgos dice que todo depende de la gravedad de la depresión. Según él “si la depresión está afectando el desempeño de sus labores cotidianas e incluso hay presencia de pensamientos suicidas, la medicación es necesaria y, yo diría, hasta obligatoria. De lo contrario no tenemos un paciente para poder trabajar”. La enfermedad se puede manejar sin medicamentos, pero no siempre es así y, si el caso llega a ser grave, la medicina será necesaria. De todas maneras, todo depende de la persona y la medicación, según Burgos, se debe dejar paulatinamente con supervisión de un psiquiatra.

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Para terminar, ¿qué le dirías a las personas que ahora sufren en silencio y tienen miedo de decir cómo están?            

Que hay que hablar, aunque la gente no lo entienda. A la familia, amigos… a veces mis amigos no cachaban el tema, creían que era una estupidez y que todo estaba en mi mente y que al final del día uno podía consolar el insomnio con un porrito, eso decían. “Tomate unos porritos y vas a ver cómo duermes como un bebe”. No es así, eso no ayuda. Es como cuando uno se cae, se pega, se rompe un codo, un brazo, se fisura algo, te duele algo y vas al médico. Tienes que ir al psicólogo, es necesario y el psicólogo no implica que estás loco, solo implica que necesitas un poco de ayuda que, no necesariamente toman la forma de una enfermedad, algo que sea perpetuado en tu vida, la vida de tus familiares, por la vida de tus familiares y toma muchas generaciones romper con ese ciclo. Por relaciones toxicas, ciertos vicios, hábitos… todo eso literalmente lo aprendemos de nuestros padres. Creo que la terapia es necesaria para cualquier persona, para romper esos ciclos y encontrarte también con uno mismo.

Andrés es un chico que logró salir, con mucha ayuda, de las partes más duras de su enfermedad. Ahora su exterior refleja todo el amor propio y la aceptación que ha logrado después de su terapia. Poco a poco, él deja de tener una máscara puesta, él deja de fingir que está bien porque, al fin, ese “estar bien” comienza a ser una realidad.

Para final este testimonio, solo puedo decir que Andrés comienza a irradiar ese amor propio, felicidad y gratitud de la que tanto habla. Al fin puedo ver a uno de mis amigos, de mis seres queridos, salir de una enfermedad que ha comido la mitad de su vida.

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* Estudiante de periodismo de la Universidad San Francisco de Quito
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