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La telenovela de Moreno y la CIA, por Rafael Correa

Por Sharvelt Kattán

El pedido que el gobierno de Lenín Moreno le hizo a Julian Assange, fundador de Wikileaks y asilado en la embajada de Ecuador en Londres desde 2012, de no entrometerse en el caso de Cataluña, no es para nada arbitrario. La no intervención en la política de otras naciones es parte del procedimiento de asilo que se aplica para personas con el status del hacker australiano.

De hecho, no es la primera vez que el gobierno de Ecuador debe solicitar a Assange no intervenir en temas políticos, bien sean relacionados a Ecuador o a otros países. En 2016, durante la administración de Correa ya se le advirtió a Assange acerca de la imposibilidad que tenía de inmiscuirse en esos temas, cuando empezara a atacar frontalmente a Hillary Clinton, entonces candidata a la presidencia de los Estados Unidos. De hecho, la comunicación, durante esos meses, le fue restringida en la embajada.

Sin embargo, la advertencia que el australiano recibió no parece haber sido suficiente, pues la canciller del Ecuador, María Fernanda Espinosa, aclaró que Assange se ha comprometido por escrito a no opinar más acerca del acontecer político de otros estados.

Pero a más de uno no dejó de pasarle inadvertido que las advertencias al activista ocurrieran en el mismo período en que el exmandatario Rafael Correa iniciara una serie de acusaciones contra el presidente Lenín Moreno acerca de su complicidad con la CIA.

Y si bien es cierto, la acusación que hace Correa a sus opositores, siempre que puede, de que son aliados o espías de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, ha perdido fuerza y posibilidades de tanto repetirla, resulta claro que a algunos todavía parece convencerles esta suposición.

¿Y por qué no?, al fin y al cabo, en el mundo del espionaje cualquier cosa es posible. Por ejemplo, las acusaciones que sufrieron ya los hermanos Marcelo y Gustavo Larrea de trabajar con, o para, la CIA, y que ahora aparecen vinculados a Moreno, sería un buen pretexto para meter en el mismo saco al primer mandatario, más aún cuando pareciera que la presencia de Assange le es incómoda.

Sin embargo, y viéndolo todo con cautela, es evidente que los opositores al presidente se han dejado contagiar por el espíritu del expresidente Correa.

No es de extrañar que, por eso mismo, se usen los ya conocidos libretos: conspiraciones de las centrales de inteligencia extranjeras, operaciones multinacionales en contra del Ecuador lideradas por grandes empresas…

El problema con Assange va por otro lado, claro, y tiene que ver más bien con su desenfadada forma de intervenir en la política nacional de varios estados. No obstante, las aparentes coincidencias fueron un buen pretexto para que algunos entablaran el tema.

Por ejemplo, que el expresidente Correa asegurara que Moreno se había reunido con Paul Manafort, exjefe de campaña del presidente Donald Trump, puso en entredicho algunas cosas. Sobre todo, porque el colaborador del primer mandatario de los Estados Unidos es ahora requerido por la justicia de ese país por supuestas conexiones con el gobierno de Ucrania.

Una corte estadounidense explicó que, en efecto, Manafort habría entrado al Ecuador el 9 de mayo pasado. Desde sectores cercanos a Moreno, la existencia de la reunión no fue del todo rechazada, por lo que Correa emplazó a Moreno a explicarle al país los motivos de la cita.

Y aunque la acusación no tuvo trascendencia, para algunos fue argumento suficiente para encontrar las conexiones: los Larrea, Manafort y los reproches a Assange. Todo eso podía significar solo una cosa: Moreno trabaja colaborativamente con la CIA.

Y lo hace bajo la misma lógica en la que lo hacen otros políticos en Argentina y Brasil, por ejemplo, donde la supuesta colaboración contemplaba sacar del camino a Cristina Fernández, a Dilma Rousseff o al propio Lula da Silva.

Los objetivos en el caso de Ecuador, supuestamente, son claros: Jorge Glas y luego Rafael Correa. Según el exmandatario el procedimiento es el mismo, solo que… el problema es que Correa ha usado tantas veces la jugarreta de la CIA, que es poco probable que sea cierto esta vez, y aunque lo fuera, nadie la va a creer.

Y sin embargo, el que sigue orbitando en este juego de espionaje es Julian Assange, porque el discurso de Correa contra esas prácticas se cae al hablar del hacker australiano. Ese ha sido siempre el punto débil del gobierno anterior, y esta vez va para peor porque Assange también parece haber estado vinculado, de alguna manera, con la campaña de Donald Trump. Y cuando lo hizo, Correa era el presidente.

Así parecen revelarlo los mensajes filtrados por Donald Trump Jr., hijo del primer mandatario norteamericano. De ahí que no se pueda tener nada en claro, porque en realidad el golpe a Assange, por parte de Moreno, podría provenir, realmente, de la política de asilados y no de ningún tipo de presión externa que busque redefinir la situación del hacker en la embajada de Ecuador.

Es claro que, en la trama de espionajes y colaboraciones secretas, nadie parece estar exento de problemas. Lo que sí extraña es que, para personas como el expresidente, esos casos parezcan más guiones de novelas policiales que acusaciones políticas estratégicas.

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