
Por Sharvelt Kattán
La reciente ruptura dentro de Alianza PAIS, que incluyó la desafiliación de Rafael Correa, hasta hace poco máximo líder de esa tienda política, es leído por algunos como un hecho insólito. Pero la verdad es que en la historia ecuatoriana reciente ese es un suceso común.
La debilidad ideológica con la que se han formado partidos y movimientos, así como el peso que, tarde o temprano, los políticos le dan a sus intereses personales y coyunturales, han sido una constante dentro de la vida del país. Y aunque los cambios de bando, las deslealtades y las conspiraciones han rodeado a Carondelet desde antes de las dictaduras militares, los “camisetazos” y las desapariciones de partidos se volvieron un show mediático desde el retorno a la democracia en 1979.
Quizá el ejemplo más claro, fuera del caso de Alianza PAIS, haya sido el que vivió el Partido Social Cristiano (PSC) en 1992. Ese año se convocó a elecciones presidenciales y en segunda vuelta terminaron enfrentados Jaime Nebot, por el PSC, y Sixto Durán-Ballén, por el recién formado Partido Unidad Republicana.
Lo curioso es que esa organización solo tuvo como finalidad ganar esas elecciones, y quien lo había fundado, el propio Durán-Ballén, había sido también cofundador del PSC con el entonces desaparecido Camilo Ponce Enríquez.
Lo que ocurrió fue que León Febres-Cordero, líder del Partido Social Cristiano, movió los hilos dentro de la organización para evitar que fuera Durán-Ballén el candidato y logró que Nebot, hombre de su entera confianza, fuera postulado para ocupar la presidencia. Durán-Ballén, golpeado por esa maniobra política, se desafilió del PSC y fundó un partido que le permitiera candidatizarse. Al final, logró derrotar a sus excoidearios y alcanzó la presidencia con una holgada mayoría de la votación. Y si bien no fue el único caso en el que un candidato se enfrentó después a su propio partido, es emblemático por la derrota que le causó.
Sin embargo, historias similares se habían registrado desde antes. En 1981, con la muerte de Jaime Roldós, su binomio, Osvaldo Hurtado, asumió la presidencia de la República, e inició un cambio ideológico en la forma de administrar el Estado.
Roldós había alcanzado el poder con un discurso populista de izquierda, auspiciado por la Concentración de Fuerzas Populares, no obstante, tras su muerte, Hurtado impuso un gobierno con una ideología más cercana a la centro-derecha.
Otros de los casos recientes en los que se enfrentaron un candidato o un aliado con su organización política tienen que ver con el partido Izquierda Democrática (ID). En 1996, por ejemplo, la ID decidió no presentar ningún candidato para apoyar a la campaña presidencial de Freddy Elhers, hasta que este se apartó de esa tienda y se unió al movimiento Pachacutik, con lo que la Izquierda Democrática tuvo que impulsar, improvisadamente, la postulación de Frank Vargas Pazzos, por el partido Acción Popular Revolucionaria Ecuatoriana. Al final, ninguno de los dos candidatos alcanzó su cometido.
Pero la verdadera ruptura de la ID y su temporal desaparición, también llegaron de la mano de Rafael Correa. Para 2009, el partido se dividió en dos facciones: una que apoyaba al entonces presidente, y otra que lo rechazaba. El primer bando estaba comandado por Dalton Bacigalupo, dirigente oficial del partido, y la otra por Andrés Páez. Como la crisis interna no se aclaró, el Consejo Nacional Electoral decidió suspender a esa tienda política hasta que resolvieran su conflicto.
Sin embargo, para 2013, la ID no logró presentar candidatos y el CNE oficializó su desaparición. Una de las causas principales fue la desafiliación de varios de sus miembros, entre esos Andrés Páez, quien era uno de los máximos dirigentes. El entonces asambleísta decidió presentar su candidatura al legislativo por el movimiento Creando Oportunidades (CREO), de Guillermo Lasso. Así, Páez no solo cambiaba radicalmente su postura ideológica, de la centro-izquierda a la de los liberales-conservadores, sino que dejaba a su antiguo partido sin posibilidades reales de mantenerse a flote.
Ya en 2017, con una ID renovada y reinscrita en el CNE, Andrés Páez mediría fuerzas con sus excoidearios al ser binomio de Guillermo Lasso, en contra de los presidenciables propuestos por la Izquierda Democrática. En ese caso, ninguno de esos binomios alcanzaría tampoco la victoria.
Y si se ahonda más en la historia política reciente, se podrá ver que los cambios radicales de partidos, las alianzas deshechas apenas se obtiene el triunfo y las acusaciones entre miembros de una misma entidad política han estado presentes de manera continua.
Ahora el caso de Alianza PAIS inquieta, porque después de 10 años de ejercicio en el poder, de control indiscutible de su movimiento y de popularidad aplastante, Rafael Correa aparece como una figura desgastada que intenta, desesperadamente, combatir a su sucesor, quien ahora controla al bloque oficialista.
Así que cuando Correa y miembros leales a él anunciaron su desafiliación de las filas del movimiento, lo único que ocurrió fue que la historia política nacional se repitió, luego de una década de pausa.
Ahora el expresidente propone un nuevo partido político que pueda medir fuerzas a su antiguo movimiento en las próximas elecciones. Y es incierto si podrá repetir la hazaña de Durán-Ballén o si, por al contrario, terminará en la lista de los derrotados.
Lo que sí es cierto es que en Ecuador la poca coherencia ideológica y la capacidad camaleónica de algunos políticos han logrado desmoronar, en poco tiempo, tradicionales y poderosas fuerzas electorales hasta lograr, en ciertos casos, su extinción.
Quizá por eso es que el voto popular, cada vez más desencantado, termina eligiendo más por afiliación sentimental que por interés político. Por eso, las elecciones, más que un ejercicio democrático, terminan siendo la oportunidad de revancha o de premiación del pueblo hacia el gobernante anterior, incluso cuando contrincantes y aliados tampoco acaben de demostrar alguna cualidad política que valga la pena.