
Por Roberto Moreano
Hay una expresión en inglés que está tomando por asalto los medios sociales anglosajones y los portales de información light en Internet: “It girl”. Es una expresión confusa, incluso para quienes tienen el inglés como primera lengua. La construcción semántica rompe las mismas reglas de sintaxis de su idioma.
Si bien en el inglés usualmente cualquier sustantivo puede convertirse en un verbo, “it girl” está compuesto por un sustantivo (girl) que no define ninguna acción (verbo). La siempre inadecuada traducción literal, sería “ello chica”: si consensuamos que “it” significa eso, ello, esto; y “girl” chica o muchacha.
De ahí la extrañeza de la expresión.
De todas formas el uso cultural de “it girl” ha tomado un significado peculiar. De acuerdo a estos mismo portales de información, usualmente asociados a tendencias de moda, industria de entretenimiento y demás, la expresión encaja con “las chicas que visten bien, van a fiesta y reuniones sociales y que, sin realmente hacer mucho, consiguen el reconocimiento social de sus pares”. Hay que admitir que es algo cursi esta definición, pero la ventaja es que la expresión se la dice en inglés. Y, lamentablemente (o no), el inglés prestigia lo nombrado o prestigia a quien lo nombra.
Con el tiempo, la acepción de “it girl” se amplió y se ha vuelto más generosa. A quienes son objeto de esta expresión, también se les reconoce escribir libros, blogs, emprender en el mundo digital, hacer negocios desde Instagram y demás.
En definitiva, quiere decir que la chica o muchacha tiene relativo éxito en sus actividades, por más banales que éstas sean. Tiene un algo, o un no sé qué, que la hace reconocida, aceptada y hasta popular.
No se ha viralizado, hasta ahora, una expresión semejante para los hombres. El “it boy” todavía no ha tomado por asalto el Internet. Pero eso no quiere decir que no pueda ser aplicable.
Pensemos en nuestra arena política. Claramente Lenín Moreno podría ser nuestro primer ejemplo de “it boy”. Su popularidad y aceptación rodea el 75% y ha logrado cohesionar a todos las fuerzas políticas del Ecuador, incluso las opositoras.
Se ha convertido en el chévere de la clase, el presidente de aula. Y ha recibido el apoyo de sus compañeros: de Abdalá Bucaram, el payaso de la clase, el que desde la vulgaridad saca sonrisas. De Guillermo Lasso, el que se sienta en primera fila, el niño adinerado que viste bien, se comporta bien y saca buenas calificaciones no necesariamente por su inteligencia, sino por su disciplina. De Jaime Nebot, el bravucón, el que inicia y termina las peleas. Y de Mauricio Rodas, el chico que lleva la pelota para que lo hagan jugar.
Ese no sé qué, o ese algo de Moreno que lo hace popular puede ser muy amplio: quizá su insistencia en eliminar la ley de plusvalía o su decisión de separarse de Glas. Puede ser que su popularidad se base en la impresión de que en su Gobierno los jueces procesan a los corruptos, o puede ser que su atractivo se sustente en su enfrentamiento constante con su predecesor.
Moreno se ha convertido en un “it boy” aún sin realmente gobernar. Porque, siendo honestos, no hay todavía ningún proyecto importante o política pública significativa que le podamos atribuir a este Gobierno. La mayor parte de estos cerca de 4 meses ha pasado más bien peleándose con Correa, como si Carondelet fuera el patio del colegio.
Aunque, pensándolo bien, puede ser justamente eso lo que atrae a más del 70% de ecuatorianos.