Política

Lenín Moreno: más preguntas que certezas

Por Sharvelt Kattán

Los primeros 100 días de Lenín Moreno no fueron fáciles. La presidencia la inició con la mitad del país en contra, y ha sabido conseguir, en poco más de tres meses, una aceptación que se elevó en alrededor de 20 puntos. Las decisiones que tomó le fueron favorables, aunque el contexto político-social ahora parece una montaña que debe esquivar o conquistar. Cualquier opción podría ser mortal.

El primer gran obstáculo fue el de la herencia. Según explicó Moreno, había recibido un país más endeudado y menos optimizado de lo que su antecesor pregonaba. Las deudas aparecieron pronto y el fantasma del déficit se entronizó en las arcas públicas. El presidente fue objetivo y explicó al país el monto total de los pasivos y las medidas que tomaría al respecto.

Pero todavía quedan cosas sin resolverse. Este mes, según dijo, presentaría la proforma presupuestaria para el próximo año, y ahí cualquier cosa puede pasar. El mito del paquetazo, pronosticado por Correa, está todavía presente en la mente de la ciudadanía y, de hecho, es un temor que a más de uno le parece más cercano.

 Ahí Moreno deberá tomar una decisión compleja: puede ajustar el presupuesto y equilibrarlo a costa de algún impuesto o eliminación de subsidios, lo que puede generar una aparatosa caída en su popularidad, o puede mantener su aceptación en un nivel cómodo y buscar otra alternativa; un nuevo endeudamiento, por ejemplo. Pero fue precisamente el sobreendeudamiento algo que más de uno le reprochó al mandatario anterior.

Sin embargo, ya fue un buen síntoma que Moreno eliminara ministerios, redujera el aparato estatal, pusiera a la venta recursos públicos y empezara a pensar en una reducción de salarios a funcionarios de nivel jerárquico superior. Esas acciones dieron un mensaje claro a la ciudadanía: el gobierno va a hacer sacrificios. La pregunta es ¿qué tanto deberá sacrificar la ciudadanía?

Por otro lado, opositores y exaliados, fieles a Correa, no están seguros de que la receta sea la adecuada, porque las soluciones que Moreno anunció en cadena nacional no han entrado del todo en función ni se ha detallado, a las claras, cómo es que cada una va a ejecutarse, ni sus tiempos, ni su impacto dentro del Presupuesto General del Estado.

En medio de ese escenario de expectativas y críticas, el caso Glas seguía creciendo: audios donde el vicepresidente aparecía ligado a supuestas entregas de dinero, testigos que lo acusaban, publicaciones e investigaciones en el extranjero contra él…

Moreno fue prudente y evitó pronunciarse sobre el asunto. Pero cuando la cosa se volvió intratable, le dio la espalda a su compañero de fórmula. Claro, la decisión era inteligente, porque desde un inicio, partidarios, y probablemente el propio Moreno, habían cuestionado al interior de Alianza PAIS la presencia de Glas en el binomio; todo parecía correcto y adecuado. Pero el primer mandatario fue más allá.

Al quitarle las funciones al vicepresidente, no solo marcó una zanja final entre él y Glas, sino que convirtió a su administración en un caso sui generis en la historia nacional. Un distanciamiento tan grande y evidente entre los mandatarios solo hubiera significado un bajón popular para cualquier gobierno; pero en este caso, Moreno se la jugó y, hasta el momento, le ha resultado. Con Glas tan comprometido, no solo era cuestión de alejarse, sino de confrontarlo. A ojos de los ciudadanos, el presidente va por el camino correcto en su afán de acabar con la corrupción. Pero… ¿y si Glas no cae?

Que Moreno haya visto en los embrollos de Glas un pretexto para deshacerse de él no es de extrañarse, pero resulta curioso que en tan poco tiempo esa decisión se haya materializado. Los más fatídicos analistas hubieran previsto que la fría relación entre ambos duraría al menos un año, pero el primer mandatario salió al paso y mostró su apuro.

Y tal vez fue demasiado, porque si a Glas, como hasta el momento parece, no llega a comprobársele nada, Moreno tendrá que lidiar con el papelón. Y su vicepresidente y Correa podrán jactarse de siempre haber tenido la razón. De nuevo, la duramente ganada popularidad del primer mandatario podría pender de un hilo.

Otro de los asuntos duros que le quitan el sueño a Moreno es el del expresidente Correa. Los últimos puentes que parecían unirlos se desmoronaron con la salida de Patiño, Hernández y Pabón de sus cargos en el gobierno. Los tres parecían ser de los pocos miembros del movimiento que lograban empatar ideológicamente con el presidente y el máximo líder de la Revolución Ciudadana. Pero con ellos fuera, quién sabe qué caminos le queden a Moreno para evitar que su organización política acabe de desmoronarse y, con ello, cualquier posibilidad de alargar la vida del “cambio de época” que sus militantes defienden.

No deja de resultar inquietante que Moreno, aunque esporádicamente, todavía hable de la Revolución Ciudadana, cuando ha sido quien más distancia ha marcado del estilo que la mantuvo en el poder durante 10 años y logró posicionar a Moreno para los cuatro siguientes. Ahora el gobierno habla de una continuidad en espiral del proceso, evitando regresar sobre el modelo original, aún cuando muchos de sus colaboradores sean ideólogos fundadores del movimiento, de quienes el propio Correa fue desvinculándose en el camino.

Otra interrogante que rodea a este gobierno es ¿qué pasará cuando aquellos “correístas” que lo pusieron en el poder se aparten definitivamente y Moreno deba enfrentarse con una opinión que le es tibiamente favorable, pero que está dispuesta a cambiar de presidente a la primera oportunidad? Probablemente, Moreno deberá entonces sí recurrir a las viejas prácticas de su predecesor y regresar al estilo por excelencia de la Revolución Ciudadana. Mientras tanto, deberá estar tan pendiente del medidor de aceptación como de un reloj. No vaya a ser que la hora se le pase.

En otro terreno están las propuestas que Moreno ha logrado cumplir en estos casi cuatro meses: indultos, apertura al diálogo, cambio de relaciones con la prensa… Todo ha dado cuenta de la coherencia de su discurso, en donde fue claro al decir que en su administración las cosas cambiarían. Y el cambio ha sido para bien porque, sobre todo, ha logrado que los ciudadanos abandonen ese estado defensivo con el que vivían y pasen a uno de expectativa y espera. Pero, nuevamente: el más mínimo error podría hundir su aceptación y terminar de resquebrjar las relaciones con sus coidearios de AP.

Si los primeros 100 días fueron de decisiones y sacrificios, los que vienen podrían ser de cosechas y retribuciones; pero a Moreno le tocará calcular y recalcular sus opciones, para que lo sembrado no se arruine con la llegada del invierno.

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