Identidades

Mama Zoila: el legado de la negritud

Por Génesis Anagonó

Dicen que cuando alguien tiene un talento, ese alguien es el último en darse cuenta. Y así me sucedió a mí con la escritura —o eso dicen—; la facilidad de dibujar historias en mi cabeza, de engañar a la tristeza, al sueño y al cansancio, mientras escribo, se asemejan al amor por el baile de la “Reina de la Bomba”. Zoilita decía que el hambre, el sueño y la tristeza se pueden curar bailando bomba. Y es que cuando uno ama lo que hace es fácil hacerlo.

Yo descubrí la bomba a temprana edad. En casa mis padres reproducían con frecuencia este ritmo a tal punto que Regalarte mis noches, del grupo Marabú, se convirtió en mi canción favorita de este género. Bailar bomba —y cualquier otro ritmo— era un verdadero suplicio, no sentía lo que se supone que los negros sienten al bailar; es más, llegué a creer que eso de bailar no era para mí.

Mi compañera de baile en ese entonces era mi hermana mayor —o mejor dicho, yo era su compañera— que con picardía reproducía los movimientos de baile de las coreografías que veíamos en televisión. Ella siempre repetía que yo era muy “tiesa” y que debía soltar el cuerpo para bailar como ella. Y como en ese entonces me gustaban sus movimientos —aunque ahora no le caería mal mejorar— practiqué y practiqué hasta que lo logré.

Pero la mejor forma de referirse a este tradicional ritmo ecuatoriano es hablando de un ícono de la cultura afro y gran representante de esta música: Zoila Úrsula Custodia Espinosa Minda. Aunque su nombre no sea muy popular, el legado que dejó esta mujer, más conocida como ‘Mama Zoila’ o ‘La Reina de la bomba’, es de vital importancia para la historia del pueblo negro.

Cuando supe de la existencia de la ‘La Reina de la bomba’ ya dominaba los pasos de este maravilloso ritmo —aunque nunca con la soltura y destreza que ella tenía—, pero me encantaba ver la vitalidad y energía que poseía esta octagenaria al mover sus caderas. Su entusiasmo, alegría y cálida sonrisa me evocaban el inexistente, pero ansiado recuerdo de mi abuela que no conocí.

Mi percepción sobre Zoilita, al parecer, no se aleja de la realidad, pues quienes tuvieron el privilegio de conocerla aseguran que fue una mujer valiente y feliz que destacó por su carisma y, obviamente, por sus sensuales movimientos. Moviendo la cadera y con el talón para arriba, repetía constantemente a sus aprendices: “Esta es la forma correcta de bailar la bomba”.

Mama Zoilita falleció el 29 de agosto de 2017 a los 84 años de edad en su natal Ambuquí. Ella fue considerada como un patrimonio vivo del país. Madre de 11 hijos, abuela de 33 nietos y 17 bisnietos, trabajó como empleada doméstica en la ciudad de Ibarra y sola sustentó las necesidades de sus hijos. Fue una osada mujer que tuvo que enfrentar la pobreza y el persistente racismo de la sociedad ecuatoriana.

Zoila decía que aprendió a bailar bomba de “pura envidiosa” ya que al ver a su hermana Aída —también líder afro de Imbabura— danzar pese a tener un problema en su pierna, supo que ella también podía hacerlo. En una relato  de su vida, hecho por Patricio Estévez, Zoilita dijo: “De ella aprendí a bailar con la botella, pero no diciendo: ‘¡Dios mío, ayúdame a bailar!’, sino de pura envidia. Tuve envidia y me dije: ‘si esta patoja puede bailar yo por qué no voy a poder’. En ese caso creo que nuestra historia se parece, yo también aprendía a bailar porque quería superar a mi hermana.

“La reina de la bomba” no solo fue una bailarina, su vida, su trabajo y su sonrisa la convierten en un excelente referente de la forma en que vive el pueblo negro. Su legado va más allá de solo la danza, pues fue una incansable activista que promovió el cambio de mentalidad en los jóvenes, motivándolos a profesionalizarse.

Por ahí dicen que “negro que no baila, no es negro” y sin temor a equivocarme diría que es así, pero luego recuerdo la escasa habilidad de mi padre para bailar y repienso lo primero. Sí puedo decir que la mayoría de los negros —sí negros, utilizo este término porque afrodescendiente me parece un eufemismo innecesario que intenta camuflar el racismo— nacemos bailando; y es lógico porque eso es una parte de las manifestaciones culturales de nuestro pueblo, que representa la lucha, la marginación y el sufrimiento y, al mismo tiempo, el orgullo y la alegría de ser negros.

La bomba no solo es un baile, un instrumento musical o un ritmo tradicional, al igual que muchos negros, yo creo que es la vida misma, porque —aparte de la piel, los labios gruesos y el cabello pasudo— es uno de los pocos recuerdos que aún conservamos de los esclavos africanos que nos dieron la vida. Lastimosamente, hoy se encuentra en peligro de desaparecer, por el deceso de los músicos, bailarines y fabricantes de este instrumento; seguramente esto representará una gran carencia en la tradición sonora de esta zona de este país.

Hablar de afrodescendencia en Ecuador hace algunos años era algo casi imposible. Recuerdo que cuando niña el único acercamiento con la cultura afro que había tenido era con las historias que mi padre me contaba. Aunque nunca renegué del color de mi piel, sí fui parte de aquellos que creían —erróneamente— que las mezclas raciales eran para “mejorar la raza” o que el hecho de tener la piel más clara que el resto de negros me hacía mejor. ¡Qué equivocada estaba!

El panorama para mí empezó a cambiar cuando en la adolescencia empecé a adueñarme de mi identidad y busqué comprender ese vasto universo que rodeaba a mi cultura. Para mi sorpresa, había muy poca información sobre el pueblo afro y eso me resultaba frustrante. No era fácil entender y amar lo que hasta ese momento había invisibilizado, y la falta de referentes negros no ayudaba. Todo esto reflejaba una injusticia tremenda, no solo hacia mí, sino hacia todos los niños y jóvenes que necesitan entender la importancia de preservar nuestra cultura.

En una búsqueda microscópica de referentes que me ayuden en mi proceso de apropiación, descubrí grandes figuras como: Antonio Preciado, Papá Roncón, Don Naza, las tres Marías y Zoila Espinosa; y aunque deben existir muchos más, estoy segura de que el racismo de este país se ha encargado de ocultarlos.

Como una forma de distracción y tradición oral entre los afrochoteños (población afrodescendiente asentada en el Valle del Chota) surgió la bomba, en el siglo XVII. Estoy segura que muchas personas, al igual que yo, están en la búsqueda constante de su identidad y que de a poco se vayan evaporando las expresiones culturales del pueblo afro es un gravísimo problema.

José Martí decía que “un pueblo culto es un pueblo libre” , porque cuando uno logra entender y apropiarse de su cultura, cosas asombrosas suceden. Esto es un puente que logra la coherencia entre quién soy yo y cómo me relaciono con el mundo. “La Reina de la Bomba” fue una mujer sencilla, humilde y con escasa preparación académica, pero que sin duda tuvo una enorme inteligencia y vitalidad que la llevaron a representar al país en no solo en concursos de baile en el exterior, sino también el el activismo. Una de las principales características de esta mujer fue su profundo sentido de pertenencia e identidad, algo que en la actualidad se ha ido difuminando en las nuevas generaciones.

Cuando uno logra desarrollar el sentido de pertenencia e identidad se autodescubre y entiende que es parte de un grupo social que padece de discriminación múltiple  —aunque a uno no le haya sucedido —, se anima a querer trascender en las relaciones sociales de dominio y poder en búsqueda de una sociedad equitativa y solo allí es capaz de celebrar, enorgullecerse y reivindicar, en uno y en los otros, la negritud que nos abraza. Cuando uno logra entender eso, también reclama independencia e intenta construir un nuevo concepto de afrodescendencia, alejado de los estereotipos y prejuicios que se han construido sobre nuestra etnia.

Aunque en la actualidad son varios los afrodescendientes que se desempeñan en la esfera pública, hay espacios de la sociedad que aún no están habitados por estos ciudadanos, lo que responde a un patrón discriminatorio persistente que impide una integración plena en todos los sentidos. No hay cifras que demuestren la brutalidad y las atrocidades cometidas en contra de los afrodescendientes durante el periodo de la conquista, pero se cree que alrededor de 14 millones de africanos fueron secuestrados de su tierra natal para ser llevados al “Nuevo Mundo” en calidad de esclavos. Aunque la esclavitud fue abolida en 1865, no fue hasta mediados del siglo XX que los abusos y la discriminación se redujeron.

Sin embargo, el racismo no se ha reducido. Lo que ha hecho es transformarse y naturalizarse de tal forma que percibirlo es casi imposible.

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