
Por Johana Jiménez*
¿Cómo se ama lo que no se conoce? Esa fue una de las preguntas que Valeria Tamayo y su buen amigo Roberto Pépolas se hicieron mientras vivían en la Isla Isabela, en Galápagos. Esta inquietud surgió cuando al conversar con niños de la zona descubrieron que los chicos nunca habían salido de la isla donde vivían o habían nacido. Los pequeños habitantes no conocían las otras islas que son parte del archipiélago, ubicado a 1000 km de la costa ecuatoriana.
El conjunto de siete islas mayores, 14 islas menores, 64 islotes y 136 rocas forma parte fundamental del turismo que promueve la administración gubernamental, las agencias de viajes, aerolíneas, hoteles y el resto de la estructura empeñada en captar ganancias económicas para el país, pero que quizá invierte poco en su conservación real. Los precios para conocer las Islas encantadas son inaccesibles para muchos ecuatorianos, sin embargo, su explotación turística permite al Ecuador tener un sitial privilegiado en los destinos de paseo. En 2018 arribaron 275.817 personas a las islas de acuerdo con los datos de la Dirección del Parque Nacional Galápagos.
Roberto Pépolas, Roby, como es conocido por sus amigos cercanos, es un buzo instructor que vivió y trabajó en Galápagos por más de 20 años, a donde llegó a finales de 1997. De madre ecuatoriana y padre argentino, Roberto conoció las islas a los 16 años y quedó fascinado por el clima y la forma de vivir en ellas. Trabajó 12 años para la Fundación Charles Darwin haciendo investigación submarina, pero le inquietaba el futuro de uno de los más famosos patrimonios naturales de la humanidad.
“Me di cuenta de la necesidad y de la importancia de tener una comunidad involucrada con su ambiente”, explicó Roberto. Efectivamente, el cuidado de ese entorno casi mágico debería ser una de las principales preocupaciones de la comunidad isleña. Es lógico, dado que, como Valeria Tamayo añade, “la mayor parte de los problemas ambientales y de los retos de conservación que existen en el archipiélago provienen de la presencia y huella de los humanos”.
“Los guardaparques nunca se dan abasto. Por más cantidad de ellos que exista y por perfecto que pueda ser el parque nunca se lograrán los objetivos de conservación si la comunidad no se suma al esfuerzo, y ¿cómo lo van a cuidar si no lo aman?”, añade Valeria.
Ver las Galápagos con otros ojos
Las voluntades se fueron sumando y las conversaciones entre varios amigos empezaron a enfocarse en hacer algo. “Habíamos hablado de esto tantas veces, pero dijimos: ‘¡Hagámoslo!’ luego se nos ocurrió indagar un poco y lo primero que hicimos fue realizar encuestas”, cuenta Valeria Tamayo. Se diseñó un cuestionario que aplicaron a niños de entre 9 y 12 años en 17 escuelas de las tres islas más grandes y habitadas del archipiélago: Isabela, Santa Cruz y Floreana. Preguntaron a 432 niños: ¿Conocen sus islas?
Los resultados confirmaron las sospechas y eran desalentadores: un 33% de los pequeños nunca habían salido de su isla, muchos no iban a la playa, no sabían qué había alrededor de sus islas, algunos ni siquiera sabían nadar. Solo siete de cada diez niños conocían otra isla además de la que vivían. Veían a las Galápagos con una mirada distinta a la de los turistas que las vistan y dejan tantos dólares por conocerlas y gozar de ellas. El sencillo pero objetivo cuestionario confirmó que se trataba de niños que viven en un paraíso desconocido para ellos.
Roberto elaboró un plan a largo plazo: debían buscar ayuda para llevar a los niños a conocer su entorno natural, debían asegurarse de que la experiencia los marcara al punto de valorarlo realmente, de aprender a cuidarlo. La travesía, además de permitirles conocer el lugar donde vivían, debía brindarles herramientas conceptuales y prácticas sobre el cuidado y conservación de las islas.



Samba, el primer crucero piloto
Un nombre surgió en la planificación: Naveducando. Con las estadísticas en mano, un plan concreto de navegación y otro plan de aprendizaje e interpretación ambiental para los niños, se decidieron a dar más pasos. Valeria contactó a su amigo Juan Manuel Salcedo, propietario de una empresa familiar turística que opera el yate Samba desde hace 12 años. Anteriormente, su afán por colaborar con causas que involucran a la comunidad e instituciones públicas y privadas le había permitido donar cruceros para niños, colonos y personas con discapacidades en recorridos para que conozcan las islas. Pépolas, Tamayo y Salcedo se reunieron y se pusieron manos a la obra.
Juan Manuel donó íntegramente el primer crucero por cinco días para 12 niños. Según Roberto, esto era lo más difícil de lograr por el valor monetario ya que incluyó “barco, tripulación, guías, alimentación y gasolina, un costo bastante alto (…) El mayor reto era justamente encontrar a alguien que done el crucero íntegramente”.
El viaje piloto con las características del proyecto Naveducando pudo costar comercialmente unos USD $32 000 de acuerdo con los cálculos de Juan Manuel.
Un currículo para amar y cuidar el entorno
Es claro que para sembrar conciencia verdadera en el cuidado del ambiente se debe comprender primero qué puede afectar su natural funcionamiento, qué elementos son dañinos y cuáles amigables con el entorno. El objetivo principal era que los pequeños isleños debían conocer su entorno para amarlo y cuidarlo, para convertirse, desde sus hogares, en quienes lideren el cuidado por la naturaleza.
El equipo que se conformó adelantó otra gestión importante: definir quiénes irían en el primer viaje. Y por supuesto decidieron hacerlo con chicos de familias de bajos recursos, “a los que normalmente la sociedad les deja un poco de lado”, cuenta Valeria.
Luengo de un proceso que involucró a las escuelas en donde se llevaron a cabo las encuestas, se decidió que el primer grupo esté conformado por 12 niños de séptimo de básica de la isla Isabela. A continuación se tramitaron los permisos y las autorizaciones en el Ministerio de Educación para que los niños puedan salir a esta extraordinaria excursión. Finalmente se realizaron reuniones con sus padres y se coordinó la logística de todo el viaje.
El contenido de sus clases abarcó temas de historia natural e historia humana. Aprendieron sobre ecología, a usar un kayak, nadaron, hicieron buceo y vieron animales en su hábitat. Cuando visitaron las playas, disfrutaron de ellas, por ejemplo, encontraron pequeños pedazos de plástico entre la arena; gracias a sus guías comprendieron que la mejor forma de evitar que este material llegue hasta ahí y que incluso sea ingerido por lo animales es reducir el consumo de estos elementos en casa. “Es muy emocionante y muy educativo. Ahora sé que en las islas que parece que no hay vida, hay mucha vida y la fauna es muy bonita”, comparte Selena, una de las niñas que realizó el viaje. Todo esto mientras navegaban alrededor de varias islas como Rábida, Santa Cruz, Bartolomé e Isabela además de realizar labores de tripulación como manejar el yate o pretender ser un marinero.
De acuerdo con en el informe anual 2018 de la Dirección del Parque Nacional Galápagos, el porcentaje de visitantes ese año aumentó en un 14%, lo que asegura que el turismo es una opción de supervivencia para los galapagueños, pero se lo debe hacer con responsabilidad y en esta tarea se deben concentrar los esfuerzos del sector público y de la empresa privada. Un detalle importante: el número de turistas nacionales aumentó significativamente, de 23.435 (2017) a 34.017 (2018).
¿Cuál es tu sueño?
“La idea es generar una relación cercana con el mar, sensibilizar a las personas que van a tener bajo su cuidado a las islas” afirma Roberto. Su sueño es que todos los niños de las escuelas de Galápagos realicen este viaje al terminar la primaria como lo hacen los chicos del continente.
Para Juan Manuel, “si no permitimos que la gente conozca, aprecie, valore y proteja, no vamos a tener Galápagos para mostrarle al mundo”. El objetivo es que los niños regresen con algo que compartir con su familia, que identifiquen y tomen conciencia de las amenazas para su entorno.
El yate partió desde Puerto Ayora el 23 de noviembre de 2018. Vale, Juan Manuel y un equipo completo acompañó a los pequeños. Roberto no pudo viajar con ellos por un problema de salud, pero dejó listo todo para que el ansiado viaje pudiera realizarse. Además, se documentó la experiencia en video. Ese mismo primer día, los chicos hicieron su primera práctica de buceo con instructores y aprendieron a navegar con vela. Se embarcaron en la tarde y viajaron en la noche.
El sábado 24 viajaron a las islas Santa Fe y Plazas. La sorpresa mayor fue que a primera hora del día fueron recibidos por una familia de orcas y un gavilán, los predadores más grandes de agua y de tierra. Esta oportunidad fue aprovechada por los guías que les explicaron características de estos mamíferos, que para sorpresa de todos viajaban en familia. La bienvenida al crucero no pudo ser más apropiada.
El domingo 25 llegaron a Sombrero Chino, isla nombrada de esta manera por la forma que tiene el cono volcánico que hay en ella y que tiene una playa con arena blanca de coral, una de las islas más bellas del archipiélago. Luego avanzaron hasta la isla Bartolomé, vieron pingüinos y tuvieron una experiencia única. “Los niños nadaron con los pingüinos y es chistoso porque veíamos a los animalitos en las rocas cuando estaban inmóviles y una de las niñas preguntaba si esos pingüinos eran de verdad o eran de mentira”, ríe Valeria mientras recuerda que los pingüinos parecían muñecos hasta que topaban el agua y nadaban como balas, un espectáculo que los niños disfrutaron mucho pues era la primera vez que veían a estas aves marinas no voladoras. “Ese día recogimos plásticos en una playa deshabitada. Las corrientes marinas arrastran una cantidad enorme de este material, así que de acuerdo con el currículo planificado hablamos sobre este problema que no solo es de las islas, es mundial. Fue un día de mucho aprendizaje”.
El lunes 26 continuó el viaje a Puerto Egas y a Rábida. Esta última isla tiene un tipo de arena roja debido al alto contenido de hierro que tiene la lava. Como parte de las actividades de los niños se prepararon juegos que se realizaban en las playas de cada isla por lo que recuerda Valeria que al llegar a Rábida uno de los retos era lograr que las piedras salten sobre el agua, “un viejo pasatiempo con el que Juan Manuel organizó una competencia para que los chicos retomen juegos en el agua sencillos, pero divertidos ya que se está perdiendo un poco esa simpleza en el juego con cosas que te encuentras en la naturaleza como las piedras planas”.
La visita a Seymour Norte ya anunciaba la despedida del crucero. Entonces aprovecharon para evaluar los conocimientos impartidos y conversar sobre lo que querían hacer por el planeta. Esta parte es fundamental pues toda la sensibilización y motivación que acompañaron a los menores tuvieron acogida ya que recordaban gran parte de lo aprendido, pero sobre todo disfrutaron y amaron la experiencia de vivir el sol, el agua y los animales cerca de ellos.
Roles y vida de la gente que pasa mucho tiempo en el mar
Parte del currículo que se diseñó quería presentar la forma de vida de la gente que trabaja en el mar por eso los chicos ayudaron con las tareas dentro del Samba. Hacer las veces de marinero o maquinista, por ejemplo, les permitió aprender que la electricidad del barco funciona quemando diésel. En las islas funciona igual, la electricidad se genera únicamente con diésel y cada vez que se deja una luz encendida se está quemando este combustible por lo que se arruina la calidad del aire y se afecta a nuestro planeta. “Tratamos de hacer todos los vínculos dentro del barco que tienen que ver con la vida en las islas”, confiesa Valeria.
Para todos, las islas eran nuevas. Dentro del agua vieron variedad de peces como por ejemplo pez flauta, pez loro, los cirujanos, peces llamados “viejas”, entre otros. Además vieron tortugas, equinodermos como el dólar de mar y la estrella de mar. Encontraron huevos de varios tipos de aves, vieron volar fragatas y piqueros, disfrutaron de la naturaleza y sus sonrisas y rostros de asombro acompañaron todo el viaje. Observaron, compartieron, jugaron y conectaron con la naturaleza y con la vida diaria en las islas. Con una comparación fácil los guías y tutores ayudaron a comprender a los pequeños que así como en el barco los recursos son limitados (luz, agua, alimento) lo mismo pasa en el planeta. De ahí la importancia de cuidar los recursos y ser más asertivos al momento de utilizarlos.
La Fundación Sacalesia y Ecology Project International donaron recursos para el desayuno y almuerzo del primer día, camisetas con el logo de Naveducando y la remuneración a los instructores de buzo y vela. El material didáctico también se pudo utilizar gracias a esta colaboración.
A sus 10 años, en medio del mar y junto al Samba, Doménika Yépez sintió verdadera confianza para dar sus primeras brazadas y nadó. Su madre, Gioconda Véliz, confiesa que al principio estaba un poco indecisa de que su hija viaje sola en el crucero, pero luego accedió porque sabía que no podía pagar lo que le ofrecían: navegar por las islas durante cinco días con todo pagado y vivir una experiencia de vida única. Entonces, únicamente empacó en la mochila de su hija un bloqueador, un terno de baño y varias mudas de ropa. El teléfono celular estaba prohibido ya que la finalidad era establecer una conexión con la naturaleza. Reconoce que su hija “regresó con un cambio mental y conoció varios animales. Ahora habla de conservación en la casa y aprendió a nadar”. Doménika cuenta maravillada que conoció animales que jamás había visto como mantarrayas, fragatas, orcas e incluso una estrella de mar con puntos negros “que parece una galleta con chispas de chocolate”, se ríe. Paradójicamente, una de las cosas que más le costó aprender, pero que valora mucho, es pasar el día sin su celular. Cuando llegó a casa le contó a su mamá que vio a unos piqueros que bailaban para atraer a las hembras, eso nunca lo había visto y esa imagen se quedó en su memoria para acompañarla como parte de los recuerdos que la brisa del mar y las olas dejarán en ella y que ahora comparte con su madre. Doménika y algunos de sus compañeros de viaje aprendieron a nadar, seguramente esto marcará su vida por siempre.
Quienes lo conocen, afirman que Gadiel Celi es un excelente alumno, un chico extrovertido y un niño ejemplar. El viaje a bordo de Samba lo motivó a conocer con más detalle datos sobre las islas donde ahora vive, ya que nació en Ambato. “Aprendí sobre las distintas islas, las especies, los lugares de visita y muchas cosas que hacen de Galápagos un patrimonio” Él y sus once compañeros al final de su viaje afirmaron que “ven a Galápagos con otros ojos”. La tarea ahora es continuar educándose y proteger la fauna y flora del archipiélago.
Testimonios
La meta: que todos los chicos de séptimo de básica realicen el viaje
Doce estudiantes de la isla Isabela en Galápagos ya conocen algo más del entorno de maravilla que les rodea. Roberto, Juan Manuel, Vale y todo el equipo que se formó espera que este primer grupo empiece una tradición en las islas y que todos los chicos de séptimo de Educación Básica realicen este viaje al final de la primaria y antes de ingresar en la secundaria. “Necesitamos el apoyo de todos los operadores turísticos, el sueño no es tan solo un sueño; es realizable, necesitamos un montón de [personas como] Juan Manuel”, dice Roby y Vale agrega “Y un montón de Sambas”. Se requiere “el compromiso de organizaciones que quieran aportar con el valor del viaje”. Al momento se conversa con una ONG que está interesada en apoyar esta iniciativa y están a la espera de buenas noticias.
Las islas Galápagos, con una de las reservas marinas más grandes del planeta, está rodeada de una fauna dinámica con más de 3500 especies de las cuales el 23% es endémica. Es sin duda un lugar privilegiado en el mundo y donde se podría volver realidad el sueño de estos buenos ecuatorianos.
Gadiel, Kerli, Ítalo, Naidaly, Daisy, Josué, Emily, Selena, Érika, Soña, Érick y Doménika fueron parte de un sueño y también cumplieron el suyo. El desafío hoy es que la experiencia se replique y todos los niños que viven en Galápagos puedan vivir la experiencia de conocer su hogar, sus islas, para luego amarlas y trabajar con convencimiento y entereza en su verdadera conservación.
Equipo de Nadeducando:
Dirección de proyecto: Robreto Pépolas, Dirección de educación y producción Valeria Tamayo; Estadística y logística: Pablo Valladares, Juan Carlos Izurieta, Javier Carrión; Guías Naturalistas: Juan Manuel Salcedo, Paola Luque, Érica Vera; Guías de buceo y vela: David Iglesias, Federico Zambrano; Equipo de apoyo: María Luisa Buitrón.
Estudiantes: Gadiel Celi, Kerli Cruipallo, Ítalo Escobar, Naidaly Gil, Daisy Macías, Josué Márquez, Emily Olovacha, Selena Quintero, Érika Sánchez, Soña Tii Uwijint, Érick Yépez y Doménika Yépez.
Tripulación Yate Samba: Oswaldo Mora, capitán; Ricardo Rosero y Arnaldo Muñoz, timoneles; Cifredo Banguera, marinero; Ángel Sánchez, chef; Freddy Lalaleo, maquinista.
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